Raros de sombra
Los sueños de la
razón producen monstruos
Goya
Golpea el salario
transparente en mi bolso.
Tiro la cabeza en la
silla,
y salen murciélagos
que muerden
–con el sonido atroz
de sus gargantas–
las puntas negras de
mi cabello.
Caminan las piernas en
el fango
y la derecha mano
recoge piedras
para tirarlas al
intruso que pica la hierba.
Golpea tu mano en mi
rastro, rastro
de figura colgada de
los hilos
que alguna vez dejaste
atrás.
Te hablo cuando
pretendes estar solo, y cuelgo
de la pared los ojos
tristes
que conversaban en los
túneles.
Golpea el ruido en la
cabeza ausente, mi cabeza
que casi cae
por no encontrarle a
la mesa muerta las palabras
que se pierden. Y
despierto
y caigo y vuelo, y
estoy
golpeando la parte de
atrás de un espejo, y cae
como si sonaran
trompetas
al
final
del
pasillo.
Golpea mi mano el
lápiz, y duerme.
Una hora de trabajo
Desde la mañana todas conversan en sus asientos
la pirueta acaba con las manos muertas
y aparece algo revuelto
en las mesas donde no despiertan los títulos.
Las comidas son exquisitas el día anterior
no hay pérdida en las palabras cuando el almuerzo
penas llega a dos opciones.
Una va se sienta en la entrada de la puerta
responde las llamas con el rostro desvelado
no pregunta por aquél que entra sin saber quién es.
Casi es mediodía, sentadas en las sillas
cada una conversa de lo mismo
Y lo mismo es la vuelta que recorta
el papel donde escriben lo mismo.
Ahora quitan con envidia las piezas íntimas
a Rosa la que pasa por la calle y no saluda.
Es de tarde y cada una recoge en su bolso. Nada
Guardan en las gavetas la nada disuelta en nada
en espera de los cinco minutos restantes para
salir de la puerta que tan alta no respetan
la falta de tenerlas atadas todo el día
sin hacer de ella masiva bienvenida.
Al día siguiente, cada una se sienta
en la misma silla, se vuelven fieras
porque no dijeron que era la entrada
más temprano
y más adelante lo días que siguen y siguen
hay una hora más para estirar los brazos.
Desde la mañana todas conversan en sus asientos
la pirueta acaba con las manos muertas
y aparece algo revuelto
en las mesas donde no despiertan los títulos.
Las comidas son exquisitas el día anterior
no hay pérdida en las palabras cuando el almuerzo
penas llega a dos opciones.
Una va se sienta en la entrada de la puerta
responde las llamas con el rostro desvelado
no pregunta por aquél que entra sin saber quién es.
Casi es mediodía, sentadas en las sillas
cada una conversa de lo mismo
Y lo mismo es la vuelta que recorta
el papel donde escriben lo mismo.
Ahora quitan con envidia las piezas íntimas
a Rosa la que pasa por la calle y no saluda.
Es de tarde y cada una recoge en su bolso. Nada
Guardan en las gavetas la nada disuelta en nada
en espera de los cinco minutos restantes para
salir de la puerta que tan alta no respetan
la falta de tenerlas atadas todo el día
sin hacer de ella masiva bienvenida.
Al día siguiente, cada una se sienta
en la misma silla, se vuelven fieras
porque no dijeron que era la entrada
más temprano
y más adelante lo días que siguen y siguen
hay una hora más para estirar los brazos.
Príncipe y mendigo
Príncipe en mi ciudad
Mendigo fuera de ella
Cómo te atreves a dejarla
Sin haber besado antes
Mis labios.
Cómo te atreves a rechazar
Lo que reconoce tu figura,
Tu garganta, tus manos
En cada cuerda.
Cómo lejos pareces inmóvil
Si aquí en mi secreto
Advierte la locura no desatarla
Porque semejante al amor
Se lanzaría contra la roca.
Cómo te llevas el canto
De mi sonido en tu mente
Y no despiertas cuando
Llamo a tu sonrisa.
Anabel Vera Suárez
Cuba
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