El confesionario
No sé
porqué, pero cuando las noches son más profundas e impenetrables, con el suave
frío cubriéndolo todo como un manto mágico, se presenta la ocasión de reunirse
entre amigos para degustar algo rico con un buen vino tinto de aquellos que
parecen gotas de rubíes.
Así
disfrutábamos aquella noche cuando distraídamente comentamos acerca de sucesos
paranormales. Es un tema que gusta pero se siente cierto respeto por el mismo.
Cada
quién contó alguna que otra historia relacionada con el tema, todos hechos,
según ellos, ocurridos en los parajes un poco apartados de la población.
Cuando
me tocó el turno, no pude menos que relatar lo que había visto en una capilla
hecha en piedra, casi sobre el borde del camino que va desde mi pueblo al
pueblo vecino.
Cierto
día, viajando hacia el norte, a unos dieciocho kilómetros, alcancé a ver al
costado de la ruta, una capilla totalmente de piedra, abandonada, cubierta de
un musgo color marrón, y rodeada de un pastizal que tapaba casi la totalidad
del pequeño edificio.
Me
sorprendí muchísimo ya que siempre iba hacia aquellos lados pero jamás la había
visto.
La
curiosidad pudo más que la cordura, así que paré el auto en la banquina y
caminé hasta cruzar el alambrado para verificar si era real o no.
Sí,
era verdad, estaba allí como algo abandonado, totalmente solitaria y triste.
Tenía solo dos ventanas de madera desteñida por el tiempo y al frente, una
puerta que se notaba que hacía mucho que nadie la abría. La cruz que
identificaba al edificio, estaba caída perdida entre la maleza.
A pesar
de estar impresionada, empujé suavemente la puerta y ésta cedió ante mis
deseos.
No me
atrevía a entrar, confieso que a veces el miedo me puede, pero atiné a dar el
primer paso para ver su interior, todo estaba oscuro y solo se escuchaba un
silencio sepulcral.
Cuando
pude acostumbrar mis ojos a las tinieblas reinantes, noté que allí no había
nada, ni bancos, ni altar y mucho menos ornamentación religiosa.
El
corazón me latía a cien, porque sí había algo, algo que no podía definir pero
que paralizaba todo mi cuerpo y hacía trabajar mi mente a pasos agigantados.
En un
momento giré la cabeza y detrás de mí había una casilla de madera antigua que
se usaba para las confesiones.
El
confesionario viejo comenzó a crujir como si alguien estuviese adentro. La
sangre se me heló.
De
pronto distinguí algo que se movió, era un ser extraño, horrible, peludo, ojos
rojos como el fuego y un par de cuernos coronaba la inmunda cabeza.
Inmediatamente
pensé en el diablo, quise salir corriendo, pero un bramido de terror me paralizó
en el lugar.
Creo
que me desmayé. Cuando recobré la cordura estaba completamente sola, tirada
sobre el pasto y ni rastros de la vieja capilla.
Regresé
al auto y confundida regresé a mi casa olvidándome del viaje a la población
vecina.
No
pude dejar de pensar en este hecho tan raro y espeluznante, yo les aseguro que
jamás tomé drogas, que no estaba bajo el efecto de ninguna medicación y mucho
menos, alcohol.
No
conté nada de este suceso, solamente hice algunas investigaciones con personas
de mucha edad para saber si en ese paraje aconteció alguna vez algún hecho
extraordinario. Obtuve respuestas positivas con don Eugenio, un viejito nacido
en la zona y recordaba que cierta vez un sacerdote venido de otro lugar, se
dedicó a enseñarles el catecismo a un grupo de indios y que en agradecimiento acarrearon
piedras toscas para levantar una capillita para honrar al Señor, hasta que un
malón de otra tribu, destruyeron todo y mataron a los nuevos cristianos junto
con el ministro de Dios. Entre los caídos, atrapado por el derrumbe de las
piedras, muere también el jefe del malón enemigo que era un verdadero diablo.
Antes de expirar juró que siempre estaría de guardia para que nadie vuelva a
levantar una capilla en ese lugar.
Até
cabos y solo deduje que el indio malvado seguramente murió atrapado dentro del
confesionario.
Norma Costanzo
Villa Ocampo, Santa Fe, Argentina
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