Un jardín antiguamente amado
Estás a salvo.
Te nutre y te conduce
la gran sabiduría
de la sangre.
Y cuando marches a través de
todas tus edades
como por un jardín antiguamente
amado,
cuando concibas a la muerte
y sus tinieblas insaciables,
cuando el último brillo de tu boca
se apague duramente
serás aún
la fugitiva niña despojada de máscaras
que los atardeceres reconocen,
serás el amarillo dulce
que las hojas de otoño
desvanecen.
Seguirás abriendo con tus manos
bellísimos portales
en el aire.
Testigo fútil
Testigo fútil de un poderoso
drama sin veracidad,
de la perenne sensación de
andar sobre derrumbes.
Espectáculo siniestro. Animales
heridos.
¡Estoy tan indefenso en mi
constante morir!
Me di a una fuga equivocada
y sé que no hay resurrección
(sólo fragmentos de tiempo
conformando siempre un mismo
desengaño).
¿Quién me brindará el bálsamo inútil?
¿Quién compensará mi endeble
marcha fatal?
* * *
Despiértame con golpes
al vértigo exquisito de tu aroma.
Arrójame con brusquedad
al sueño abierto y gris de haber nacido.
* * *
A la orilla de un río
Se
disparó en la sien a la orilla de un río.
Se
volteó bruscamente y cayó sobre el pasto. Antes había
/ susurrado
/ susurrado
lo que consideró su último
grito, su redención, su clamor definitivo.
/ Pero nadie
/ Pero nadie
lo escuchó (y no es lo que
quería), nadie acudió para salvarlo.
Al
principio fue desesperante; se hundió con ranas y lombrices
/ que atacaron
/ que atacaron
su piel. Descubrió sus dedos pegajosos
mientras el hedor agotaba
/ su cerebro.
/ su cerebro.
El pantano se hizo oscuro y la hierba húmeda
se desvaneció en un
/ suave, hipnótico
/ suave, hipnótico
e infernal silbido.
Luego
sintió en su cuerpo la caricia de la lluvia
“es
como permanecer abrazado a ella”, pensó.
Y
se rodeó de tinieblas.
Desde un espacio ínfimo
Identifico en ella lo que se ha
ido de mí;
cómo respeta el amor del
corazón,
cómo cambia de búsquedas tiznada
de nubes,
cómo sangra feliz eludiendo
abismarse.
No se arrastra ni se escapa
ni le implica un esfuerzo su
autenticidad;
discretamente aporta sus alas,
reconstruye la historia desde un
espacio ínfimo
y consigue una versión mucho más
pura.
Esqueleto de ceniza
Lo sé.
No habrá paraíso en mi esqueleto
de ceniza.
El amor tiene un rostro
invisible idéntico a todo.
Cómo escupe veneno la angustia
imperfecta.
Cómo agita el aire con su largo
dolor.
Pero hay calma en la blancura.
Sabe que viene un fulgor
de látigos que estallan.
Caerán secas las máscaras.
Es preciso aguardar
más quieto que el silencio
entre crímenes diminutos.
Intacto.
Damián Andreñuk
La Plata,
Buenos Aires, Argentina
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