Lluvia
y fulgores
Sobre
el pajonal dorado
relumbra
una
extraña fosforescencia,
arriba
de los frutos tornasolados
reverbera
el sol como centella.
Al
costado,
encima
del lomo de la gramilla,
esferas
de cristales
titilan
y espejan
los
colores
de
cuanto las rodean.
Un
flamígero destello
parte
de la charca
que
yace al acecho
de la
cuerda luminosa
para
remontar al cielo
como
una cometa,
convertida
en libélula.
Olor
intenso a verde,
croar
estridente de sapos,
zumbido
de mosquitos,
pulsación
de estío
palpitan
en la tierra
besada
por la lluvia del verano,
y en
cada latido,
asoma
un mundo mágico.
Magia
A la memoria de mi padre
Ermanno Schiavoni
Noches
sombreadas por los plátanos
bajo cuyo ramaje
se filtraba la luna
estampando cada hoja
con sus dedos abiertos
sobre el patio de tierra
lleno de misterios.
Los niños jugaban
con sus padres
y pedían historias infinitas
sin saber
que entre esas sombras
de estío, grillos y cigarras,
ellos eran la maravilla
cerrada en las varitas
de todos los duendes y hadas
que a esa hora pasan.
Atardecer
invernal
El
cielo
es
una fiesta de fulgores.
Las
palomas
aletean
sus alburas,
planean
precisas
sobre
la claridad.
Las
ramas desnudas
vibran
ante su roce
y el
sol se tornasola
detrás
del monte.
Las
familias
cierran
los postigones
y
encienden la lumbre
que
los cautiva
con
sus miles de arreboles.
Gringa
Yo
soy la gringa
que
anda haciendo versos,
la
que se bañó
en el
oro del trigo,
la
que se acunó
junto
al maíz lisonjero.
Soy
la que vio el tractor a uña
y a
los hombres fieros
descuartizar
el campo
en
pos del progreso.
Soy
la que se bañó
en la
flor de lino
y
escuchó historias,
a
falta de abuelos,
del
trigo barbado
y del
alfalfar
rumoroso
de sueños,
la
que se deleitó
con
los bisbiseos
del
pajonal inquieto.
Soy,
la
campesina
que
hace versos,
gringa
docta
sobre
el temple nuestro.
Poemas del libro La Catedral
Verde
Hilda Augusta Schiavoni
Inriville, Córdoba, Argentina
Gracias por tanta belleza compartida!
ResponderEliminarGracias por tu lectura.
EliminarSaludos
Analía