Mis muertes que no fueron
Cuántas
veces me morí, me sentí suicidada. Me imaginé gen recesivo, Diana cazadora sin
flecha, Juana de Arco sin espada, Alfonsina sin mar, Cibeles sin leones. Yo sin
mí. Siendo tantas para terminar siendo ninguna.
Comencé
a morirme de a ratos, como dije, suicidada. Me moría de día y revivía de noche,
cuando todos dormían y podía desplegarme tal como creía ser: rebelde, puro
impulso, paridora de alegrías y enterradora de angustias. Llanto y risa,
mariposa y ancla; una cosa de carnehuesoarteriasvenassangrehumores, siempre
viva aunque no lo consiguiera del todo.
Me
suicidaba al despuntar el día; a veces se puede pasar la vida muriendo por
momentos, respirando sin oxígeno, mirando sin ver y escuchando aún con los
oídos perforados por el estampido del silencio, que asesina sin necesidad de
uranio ni plutonio.
Fui
sintiéndome, en este trajinar descolocado, como un ente sin rostro trepando
como un mono por las aristas de la vida, siendo todo y siendo nada. Apenas
durando en la tremenda telaraña donde quedan atrapadas las ilusiones.
Aprendí
a tomar lecciones de acerbidad eliminándolas al pretender elaborar la
tesis final. Aprendí a subir escaleras apareciendo en el suelo sin caer y
asimilé que la luz a veces enceguece tanto que termina dejándonos sin la
posibilidad real de observar.
Traté
de andar despejando mis tinieblas y me metí de lleno entre la bruma, tantas
veces, que ya ni pude contarlas.
Asistí
a mis propias exequias y me alegré en cada resurrección, nunca bendita (mucho
menos bendecida) más bien terrena, afirmada en una nube con rueditas que me va
acercando a la estación que quiero.
Y así
espero seguir en este trajinar dentro del caos donde…
¡Donde
me parece descolocado hablar de mí cuando hay tanto por decir de nosotros y yo
aquí, perdiendo el tiempo en esta divagación ego centrista!
¡Hay
otra realidad colectiva fuera de esta que soy y de lo que creo sentir! ¡Hay otra
sustantividad que está más allá de donde copulan fronteras de la muerte en
serio, del descarne verdadero, donde no soy protagonista sino simple testigo
involuntario y puedo ver que huestes de algún infierno trastocado se abalanzan
sobre tantos, inseminando el virus más peligroso que no tiene origen en el
África olvidada hasta por la historia corriente!
¡En
esta realidad tan ajena como propia, genocida: Acomete la estrella de seis
puntas clavándose en los intestinos de niños cuya “arma letal” fue la sonrisa,
fiel compañera de la alegría irrespetuosa de vivir sin obtener
permiso para ello!
¡Asola
el norte feroz sobre ¿cuántos pueblos?! ¡La estatua prostituta yergue
su antorcha símbolo del incendio del mundo y tiene hambre de guerra,
de vísceras, de sangre coagulada, de tendones y músculos! ¡Tiene hambre de
niños y de viejos, de recursos no propios sino adquiridos a fuerza de terror y
llanto!
¡Tiene
espanto en sus ojos de cemento bilioso descompuesto y está dispuesta a saciarlo
como sea!
¡Irrumpe
la ambición más descarnada por encima de la lógica irreversible volviendo loco
al mundo que se parte, se incinera, se desgaja; se ahoga como se ahoga el niño
por nacer en la placenta desprendida antes de tiempo!
¡Y yo
aquí, irresponsablemente, contando de mis muertes que no fueron, de mis
estúpidos suicidios, de mis yo sin mí, de esas tantas sin llegar a ser
ninguna!
¡Y yo
aquí, perdiendo un tiempo de oro que no vuelve, describiendo mis
sentires con tanta cosa para hablar que no alcanzarían las vidas de cien
mil gatos para describir con la ecuanimidad que corresponde!
¡Y me
avergüenzo!
Nechi Dorado
Buenos Aires, Argentina
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