-Santiago del Estero, Argentina-
Mi horizonte
Desde niño el horizonte me había seducido; sin conciencia,
pero con bríos, dos mundos eran conmigo. Uno, el allá de mi ventana, tibio,
dulce, acogedor; otro, el aquí, rudo, hostil, en permanente tiniebla.
Del horizonte, frontera de mis vuelos infantiles, conocía
sus colores, el mínimo deslizamiento del planeta sobre su eje me mostraba cada
una de sus caras, infinitas sombras y transparencias. El horizonte fue mío; o
yo me entregué a él.
Hasta esta mañana... cuando abrí el ventanal de mi cuarto,
ya entrado el día, mientras los rayos amarillos se mezclaban entre las violetas
y quemaban la piel de mi rostro. Lo busqué y él no estaba. Miré en derredor con
la desesperación opaca de los años, tampoco encontré las flores cultivadas de
mis dedos, ni las sierras más lejanas, ni el riachuelo de agua cristalina, ni
los pájaros. Ardió la faz de la oscuridad en mis pupilas.
A tientas me recosté en el lecho, me esforcé en dormir para
volver a despertar. Entré en hondo sueño y caí abruptamente a través del pozo,
en cuyo fondo fui acogido por el haz celeste de mis ojos celestes. La luz me
bamboleó al tiempo que de ambos lados emanaba un extraño hedor. Mis pies,
desnudos, se apoyaron sobre una mucosidad que no puedo describir. La blandura,
al contacto con mi piel, se abrió y me precipité todavía más abajo; debajo sólo
percibí aquel fondo. La profundidad.
La luminosidad, a esta altura, cambiaba de color, ya rosada,
ya violácea, resplandeciente, acechante, casi temerosa. No tuve más remedio que
sumergirme en ella, tal como un niño en el regazo azucarado de su madre
mientras es amamantado. Y volví a caer; numerosas veces.
No opuse resistencia, mi única necesidad, volver a penetrar
por los cantos de mi horizonte, a acariciar mis flores, que las sierras y el
arroyo regresaran a mí. Y me dejé conducir, entonces, por inciertos túneles e
inverosímiles laberintos colmados de espejos. Atravesé en ellos múltiples
rostros, bellos unos, monstruosos otros; escuché infinitas melodías amorosas,
inquietos gritos, gemidos y aullidos salvajes. Olí perfumes, algunos
ancestrales.
Un tubo helado caló mi garganta, los orificios de mi nariz
se hallaron surcados por cánulas de metal, atadas mis manos, entrecruzados mis
pies, mi abdomen hinchado, dolorido, tenaz. Abrí los ojos grandemente y supe
que los mundos me habían abandonado. Ambos.
Estaba solo y la soledad agredía éstas, mis entrañas, tomaba
posesión de mí y de la imagen de mí, que se me negaba.
Sin embargo, alcancé a oír una voz que no reconocí:
- Padre, ¿se siente bien?
Un llanto acallado, a mi lado me aterró. No acerté a moverme
por el intenso dolor. Fluyeron los recuerdos de las sombras, que sangraban mi
pecho, regado de lágrimas de sal. Incesantemente.
De nuevo, la voz:
- ¡Padre! ¡Padre! – Y un sacudón en mis hombros.
Al fin la pesadilla cesó. Mis brazos se quejaron hasta
convertirse en dos alas vetustas y frágiles. Alcé vuelo y vi.
Mi horizonte había retornado y pude respirar sin dificultad
el aire cálido del ocaso. Recorrí desde las alturas mi cabaña y sus
alrededores, los senderos de mis largas caminatas nocturnas; rocé el agua
blanca del blanco arroyo; exhalé el aroma de alelíes y margaritas que abrazaban
con júbilo los rincones grisáceos.
Recordé a la muchacha, cuyos gemidos me habían atemorizado;
me aproximé al orificio del cual sólo penumbras aparecían. Mi hija lloraba,
abrazándome, tocándome sin consuelo. Cientos de velas azules rodeaban mi ataúd.
Cuando alcancé a vislumbrar mi rostro, caí nuevamente en el
sueño. Para volver a despertar.
…………………….................…………Del
libro Confesiones, 2012
***********************************************
Sonreí para mí. Incluso las peores noticias son un alivio cuando
no pasan de ser una confirmación de algo que uno ya sabía sin querer saberlo.
Carlos Ruiz Zafón
***********************************************
IMPRESIONANTE ESTE CUENTO!!! para volver a despertar.. impresionante. Felicitaciones.
ResponderEliminarApreciada Mónica:
EliminarMuchas gracias por tus conceptos y por la lectura.
Un saludito cordial
Analía