-Buenos Aires,
Argentina-
Oriental
Los asuntos antes se arreglaban en la esquina.
Allí estuve doce días peleando con un árbol seco.
Hace dos años que no da señas de estar vivo,
Lame el ventanal y el muro de mi hijo más chico,
el último que se ilumina cuando se escurre el sol.
Pero luego puedo ver cómo se introducen sus raíces en su
pieza,
entran entre ladrillos, con un vaho de humedad
y tierra que corrompe el aire que él respira.
Pincha el árbol desde el triángulo del cantero. Le hinco la
sierrita,
a pesar de mi amor por el bosque y de ser Bosco.
He logrado rendirlo, pero he quedado tan rendida y
desgarrada
que no alcanzará una vida para que me recupere.
El arquitecto decía que sí. Yo temía que estuviera dormido
y que este año nos diera la sorpresa.
Temía decapitarlo, desenterrarlo
como el temor de enterrar vivo a un muerto.
No sólo lo talé sino que pasé horas exhumando su raíz,
que fotografié como si fuera un trofeo, una escultura.
Mientras y después, me sentí desconsoladamente feliz,
dolorosamente libre.
Era una magnolia japonesa, de las que dan flores antes de
dar hojas.
Florecía en agosto, para el cumpleaños de mi madre.
Flores violetas, resistentes, triangulares, entrecerradas
como pájaros
para protegerse del frío.
Al poco tiempo volaban o caían para dar lugar a las hojas,
que adornaban más que las flores.
A mamá, sin embargo, le gustaban porque eran de una amiga
que le regalaba el primer ramo.
Sé que sus ojos celestes hubieran preferido colores más
claros, fragancia.
Pero eran originales, como seleccionadas por una mano
oriental
que hubiera gastado su arte en crear un ikebana gigantesco.
Pero sus raíces, finamente, se estaban adueñando de la casa.
Las arrojé con los desechos, las ramas para mi hogar.
¿Y si la magnolia no hubiera estado seca? Seguí forcejeando.
De adentro me decían que me había vuelto loca, que iba a
mover los cimientos.
Cuando ahora veo las alegrías de la casa agitándose bien
abiertas, sé que hice bien
en remover el sepulcro de flores fantasmales
y dar lugar a un jardín.
Por las ramas
Allí donde el bosque se hace negro
ahogó una voz que sobrevive.
Tendrá que hundirla esta vez en las cenizas
–que todo lo pueden suavizar–,
sacrificarla como a un animal querido que no tuvo
y llegar a creer que es preferible así.
Esta pobreza, esta opacidad, se ha desprendido de los
resentimientos
y agradece cada gota de sol que destila el invierno
lentísimo,
porque hasta el lamento le han quitado y es casi feliz.
Con los ojos mecidos por la sombra de las ramas,
va siguiendo entre sueños la danza del deseo.
………… * * *
El viento descabezó los árboles,
que se dieron en vicio,
que parecían animales castrados y domésticos.
Sólo en los troncos hubiera podido dibujar
pero ya había bosques de papel
que daban sombra.
Sólo quedaba el viento
sin árboles ni arena
donde grabar su imagen
y el cielo como una pieza vacía.
Únicamente el viento
y el follaje de la memoria
mezclándose sin fin.
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Porque es una lástima muy grande no decir nunca lo que uno
siente...
Virginia Woolf
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Analía Pascaner