-La Plata, Buenos Aires, Argentina-
Destinos
Dije
Ya no escribiré
No me importa escribir o no en tanto vivas
Respires
Cerca del niño
Cerca -aún- de mí.
Pero he aquí
Que no hubo nada que ofrecer a los dioses.
El movimiento de las cosas
Es desandar el olvido,
integrar la memoria,
incorporar el aroma a café
que llega de nuevo hasta la cama,
es darme vuelta sobre mi yo íntimo
último débil,
y despertar en el costado izquierdo
de la espalda
que antes abandoné.
Es volver y volver,
es la marea
el movimiento de las cosas
lo que separa
y aleja.
En la pequeña imperfección que muestra
el vapor de la mañana
¿dónde está escrito el futuro del día?
Es lo que enseña la vida en pleno juego.
Así cuando el amor
el viento
esa bendita costumbre de girar sobre las cosas
vuelve
es tan fácil encontrar el rumbo
de las islas amadas.
Lo frágil
Era
la noche y no llovía
las luces y los autos en la autopista
vasos de plástico rodando por el asfalto
las vías del ferrocarril
Coltrane
y las gotas de agua que se quedaron pegaditas en los vidrios
qué lástima su piel, su olor,
porque su abrazo
“escribo con lápiz, es posible que
un día de éstos venga y lo borre”
dijo
la primera vez.
La caída en el tiempo
Unos días en el campo harían ceder la fiebre
de preguntas.
Las mañanas serían claras.
Se escucharía el ruido redondo del molino
una vez y otra,
luego
también
el mugido de las vacas.
Iaia vendría con tazones humeantes de café
sobre sus manos
(¿o eran las alas de los ángeles?)
y habría olor a eucaliptos en toda la casa,
vapores en lenta ascensión sobre
los leños.
Me sentiría mejor y le pediría a los peones la yegua blanca.
Andaría entre los pequeños gritos de los teros,
cabalgadura errante de lo que fue mi sombra
amenazada
por la fascinación del mediodía.
Él me vería frenar de golpe
y caer
de mi soberbia
altura.
Lo asustaría imaginar
de lejos
que algo grave pudiera suceder.
Luego sabrá que no.
Solamente los golpes
de la vida.
Cedería la fiebre,
igual que ceden los médanos a la furia del viento.
Volvería -como se vuelve atrás una película muda-
esa imagen de nosotros antes
de la caída
................en el tiempo.
Sin palabras
(un bálsamo su abrazo)
anidaríamos por fin en lo que fue el camino del principio.
Del libro La ojera de las vanidades y otros poemas. Ediciones Hespérides, La Plata, Argentina, octubre 2009
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El que come del fruto del árbol del conocimiento, siempre es arrojado de algún paraíso.
William R. Inge
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domingo, 13 de junio de 2010
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Cuánta realidad plasmada en palabras. En algunos versos, me he visto en el espejo.
ResponderEliminarUn abrazo sincero.
Bellos tus poemas.
Muchas gracias por tus palabras, Nerina. Me encanta el modo que tiene Norma para expresarse en sus poemas.
ResponderEliminarMi cariño
Analía
Estimada Norma, te felicito por tus poemas. (Gracias Analía!!)
ResponderEliminarCreo que en todos hay un hablar del tiempo, del transcurrir de la vida, del "movimiento de las cosas" como temas centrales.
Todo construido con oficio y belleza.
Muchos saludos
Amalia M. Abaria
Querida Amalia:
ResponderEliminarMuchas gracias por tus conceptos.
Un cariño y mis buenos deseos
Analía