miércoles, 24 de marzo de 2010

Francisco Cenamor

-Leganés, España-

Abuelo

Llegábamos siempre de noche a aquel pueblo entrañable.
Sus habitantes, envueltos en el viento, sonreían.
Al entrar en la casa nos esperaba el olor familiar de una sopa caliente.
Los besos, los abrazos.
Abuela cubría nuestros pequeños cuerpos con sábanas de franela,
con aquella manta que tanto nos picaba.
A mi hermana y a mí nos asustaba el brillo opaco de la cruz
sobre nuestras cabezas, con su Cristo esperando un abrazo.

Abuelo nunca aparecía los viernes.

El sábado salía el sol en aquel pueblo.
Sonrosado, con su traje de pana, la boina limpia,
oliendo a aquella colonia rocosa, Abuelo entraba feliz en mitad del desayuno.
Rompíamos el silencio cómplice de la espera para saludarle entre risas.
Gotas de colacao y migas de madalena festejaban entre tazones de barro.
Le abrazábamos, roble que nos acogía entre sus ramas robustas.
Alborozados, nos subía en aquella impoluta bicicleta
que siempre recordaré apoyada en la cal de la entrada.
Con su impecable color marrón y su alazán de tintes dorados.
Nos paseaba por las estrechas calles mientras, risueños,
saludábamos a las señoras y a los gatos; aquellos sábados sobre dos ruedas…

El domingo, somnolientos, restregándonos con fuerza los ojos,
acudíamos a misa en la pequeña iglesia del pueblo.
Mi hermana y yo, muy juntos, imitábamos el gesto de los mayores
cuando recibían en sus bocas la sagrada forma.
Por la tarde había que marcharse.
Abuela nos cubría de besos y caramelos. Abuelo desaparecía de la casa.
Nos esperaba en la carretera y, al pasar, nos saludaba con ternura, sonriente;
con su bicicleta apoyada en algún árbol.

Un año,
tras otro,
y otro año.
No tardamos en crecer. Tampoco tardó Abuelo en morir.
La bicicleta siguió presidiendo la entrada de la casa.
Los habitantes del pueblo fueron pareciéndonos, poco a poco, menos felices.
Mi hermana dejó de ir. Abuela también murió;
se abrazó muy fuerte a su marido cuando la enterramos.

Un día, el brillante alazán quedó borrado por el ocre orín del hierro.
Mi padre llevó la bicicleta al vertedero que estaba en la carretera.
La dejó apoyada en un árbol caído.
Al marcharnos la vi, y a Abuelo saludando con su sonrisa de ternura.
Nunca quise volver.

…………………………Del poemario inédito Recuerdos de mi muerte

……………* * *

De la serie ‘Casa de aire’

XIII

Enseñas
la foto de tus hijos
cuando te piden
el carnet de identidad.

………* * *

De la serie ‘Ríos de gente’

8,47 a. m.

El niño tira la piedra,
muere el pájaro contra el tronco del árbol.
La piedra cae al suelo partida en su frialdad.
El niño mira el pájaro un segundo,
la sangre saliendo por el pico.
Se vuelve, se va sonriendo.

El barrendero recoge
pájaro y piedra
en su carro de basura.


………………………Ambos poemas pertenecen al libro Casa de aire
………………………(Ediciones Amargord, Madrid, 2009)

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Dos soles: el de afuera y el que está en nuestra sangre y amanece en el alma.
Luis Franco

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4 comentarios:

  1. Una obra de gran sensibilidad, tanto el cuento que nos lleva a momentos muy sentidos de la infancia y a su recuerdo, como los poemas , especialmente el de la muerte del pájaro.Excelente y para releer. Dejan un sentimiento agridulce , una ternura dolorosa. Saludos poéticos Irene Marks

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  2. Coincido, querida Irene.
    Nostalgia, realismo, reflexión, es un gusto leer a este poeta.
    Mi abrazo y mi agradecimiento
    Analía

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  3. Excelente y contundente relato que nos retrotrae al aroma y a la nostalgia de la infancia lejana...
    ¡Felicitaciones!
    Viviana Walczak

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  4. Coincido, mis queridas Irene y Viviana.
    Una sencilla y sentida historia de la cual todos tenemos un poco.
    Mi abrazo y mi cariño
    Analía

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