miércoles, 24 de marzo de 2010

Oscar Wilde

-Irlanda, 1854 - París, 1900-

El hacedor del bien


Era de noche y estuvo él solo. Y vio desde lejos las murallas de una vasta ciudad y se acercó a ella.
Y cuando estuvo muy cerca oyó el jadeo del placer, la risa de la alegría y el sonido penetrante de numerosos laúdes. Y llamó, y uno de los guardianes de las puertas le abrió.
Y contempló una casa construida con mármol y que tenía unas bellas columnas de igual materia en su fachada, y sus columnas estaban cubiertas de guirnaldas y dentro y fuera habla antorchas de cedro.
Y él penetró en la casa.
Y cuando hubo atravesado el vestíbulo de calcedonia y el de jaspe y llegó a la gran sala del festín, vio acostado sobre un lecho de púrpura a un joven con los cabellos coronados de rosas rojas y con los labios rojos de vino.
Y se acercó a él, le tocó en el hombro, y le dijo:
-¿Por qué haces esta vida?
Y el joven se volvió y reconociéndole contestó:
-Era yo leproso y tú me curaste. ¿Cómo iba yo a hacer otra vida?
Y algo más lejos vio una mujer con la cara pintada, y el traje de colores llamativos, y cuyos pies estaban calzados de perlas. Y detrás de ella caminaba un hombre, con el paso lento de un cazador y llevando un manto de dos colores. Y la faz de la mujer era bella como la de un ídolo y los ojos del joven centelleaban cargados de deseo.
Y él le siguió rápidamente. Y tocándole en una mano, le dijo:
-¿Por qué sigues a esa mujer y la miras de esa manera?
Y el joven se volvió, y reconociéndole, respondió:
-Era yo ciego y me devolviste la vista. ¿Cómo iba yo a mirarla de otra manera?
Y él corrió hacia adelante, y tocando el vestido de colores chillones de la mujer, dijo:
-Ese camino que sigues es el del pecado, ¿por qué lo sigues?
Y la mujer se volvió y le reconoció. Y le dijo riendo:
-Me perdonaste todos mis pecados y este camino que sigo es agradable.
Entonces él sintió su corazón lleno de tristeza y abandonó la ciudad.
Y cuando salía de ella, vio por fin, sentado al borde de los fosos de la ciudad, a un joven que lloraba.
Y se acercó a él, y tocándole los rizos de sus cabellos, le dijo:
-¿Por qué lloras?
Y el joven alzó los ojos para mirarle, y reconociéndole, respondió:
-Estaba yo muerto y me resucitaste. ¿Qué iba yo a hacer más que llorar?


El artista

Un día nació en su alma el deseo de modelar la estatua del “Placer que dura un instante”. Y marchó por el mundo para buscar el bronce, pues sólo podía ver sus obras en bronce.
Pero el bronce del mundo entero había desaparecido y en ninguna parte de la tierra podía encontrarse, como no fuese el bronce de la estatua del “Dolor que se sufre toda la vida”.
Y era él mismo con sus propias manos quien había modelado esa estatua, colocándola sobre la tumba del único ser que amó en su vida. Sobre la tumba del ser amado colocó aquella estatua que era su creación, para que fuese muestra del amor del hombre que no muere nunca y como símbolo del dolor del hombre, que se sufre toda la vida.
Y en el mundo entero no había más bronce que el de aquella estatua.
Entonces cogió la estatua que había creado, la colocó en un gran horno y la entregó al fuego.
Y con el bronce de la estatua del “Dolor que se sufre toda la vida” modeló la estatua del “Placer que dura un instante”.


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El dolor más intolerable es el producido por la prolongación del placer más intenso.
George Bernard Shaw


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