Reloj incansable
Sos
como el compás del pulso,
el
fondo sonoro del destino,
al
que no le permites escapar
al
que le obligas a compartir tu ritmo.
La
torre, el hombre, las paredes,
sostienen
tu esqueleto circulante
que
dirige -sin saber- el laberinto
que
se manifiesta silencioso en tu cuadrante.
Vigilante
de altura o de muñeca
según
estés en el hombre o en la iglesia.
Tus
manos incansables nos señalan
la
dirección exacta para alcanzar la meta.
Así
se desarrolla el alma,
cumpliendo
con segmentos de camino.
Así
crece y se degrada el cuerpo
asumiendo
el vaivén de su destino.
Un
día llega en que marcas el fin,
no de
los tiempos, el del latir sin tregua
de
quien, como vos, comienza en un instante
y
como tus agujas no se entrega.
Termina
así el segmento otorgado
para
el reloj interno que nos dieran,
mientras
tú sigues actuando con desvelo
porque
marcas el tiempo de la tierra.
La doma
El arisco alazán baila en
pasiones
irrefrenables. Sube bien la
testa,
que orna de espuma. Grita su
protesta,
sacude con furor sus negaciones.
Patas tensadas sin vacilaciones.
Rezo salvaje que no halla
respuesta.
Relincho solitario que contesta
al hombre que aparea
pretensiones.
La rienda inteligente o el azote
hace bajar las crines y el
cogote,
del caballo que acepta ser
rendido.
Apretado se siente en el paseo
y manso al fin, admite ese
vareo.
mientras traga vergüenza
dolorido.
Laura Beatriz Chiesa
La
Plata, Buenos Aires, Argentina
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