Piamonteses
Recuerdo aquellas manos enormes
curtidas por las heladas de
julio,
los brazos hercúleos tostados
por largos veranos en el surco.
Veo todavía su espalda
encorvada
sobre el Fordson
arando la Tierra Prometida.
Un hombre debe reconocer
su tiempo y su lugar,
aprovechar los días bajo el sol
que Dios le ha concedido.
Un hombre -como tantos-
tiene que hacerse reja
y volverse semilla
para los hijos por venir.
Aquellos domingos
Mi padre prepara el asado,
conversamos de nuestras cosas,
de esta rara costumbre de estar
vivos
en el torbellino de los días.
El vino decanta las horas
y el sol asciende hacia el
mediodía
mientras su vieja Spica
ordena el país y el mundo
desde el informativo de las 13.
Otoño en Montevideo
En la ciudad del viento triste
tuvimos amigos, canciones,
pan y vino compartidos.
Aquí anduvimos de la mano
Por tus calles de oro viejo
Que siempre buscan el mar.
Aquí laboramos, soñamos
-y acaso sin saberlo-
Fuimos ingenuamente felices.
Don Quijote y Sancho
Los gigantes, amigo mío,
nos parecerán tales
-únicamente-
cuando nosotros
estemos de rodillas.
Poemas del libro del autor: Postales y Fotografías
Daniel Abelenda Bonnet
Carmelo, Uruguay
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