El espejo de
Sara
Tenía ocho o nueve años pero ya era un racionalista. Será por eso que cuando rompí el espejo de mamá escuché su enojo e indignación riéndome; más aún cuando habló de los malos presagios, de los siete años de desgracias.
En
casa las cosas siempre anduvieron mal, desde que recuerdo, sin necesidad de que
se rompiese nada.
A los
pocos días, pasó lo de papá; luego, mi hermana Julia fue asesinada por la
triple A; Ruth engrosó la lista de escritores desaparecidos; a Pedro lo
perdimos en los vuelos de la muerte; y Eric partió en una sala de torturas y su
cuerpo fue hallado en las afueras de La Plata.
Pensé
que era solo una mala racha, que todo terminaría pronto, pero luego cayeron
otros: la tía Irma en un choque; al tío Rodolfo se lo cargó la bonaerense; mi
primo Iván murió en Moscú, -mamá dice que fue una pulmonía, pero sé que fue el
cuchillo de un marido excesivamente celoso, un insensible y egoísta-; y así, el
paso del tiempo se llevó al resto de la familia, lenta e inexorablemente.
Nos
quedamos solos, ella y yo, como observadores de un destino que no daba tregua y
parecía jugar con nosotros, como un experimento de la soledad y el sufrimiento.
Entre
estos sucesos, el del espejo y la muerte física de nuestros seres queridos,
pasaron más de cuarenta años; sólo un tonto o un gran supersticioso los
asociaría.
Ayer
mamá cumplió ochenta y nueve; realmente la pasamos fantástico, preparó una
torta exquisita, estuvo tan cariñosa y dulce conmigo como siempre. No
merecíamos estar tan solos.
Creo
que la sorprendí, no fue fácil conseguirle un espejo igual a aquél. Tendrías
que haberle visto la cara cuando se me cayó.
Inédito
Veredas
Crucemos
de vereda que está llena de pobres, crucemos de vereda que está llena de
ilegales, crucemos de vereda que está llena de ladrones.
Así
creció el niño, cruzando siempre de vereda, arrastrado de la mano por la madre,
también lo cruzaba de vereda aún cuando no hubiese ilegales ni ladrones. A los
ladrones ya los habían encarcelado y a los inmigrantes ya los habían expulsado.
Sólo quedaban los pobres, entonces el niño que ya era adulto y era gobernante,
recordando a su madre y con la ayuda de sus asesores, encontró una solución a
este problema que tanto lo afligía: Prohibió la palabra pobreza y todas sus
derivaciones: pobres, indigentes, menesterosos, desposeídos, subalimentados,
abandonados, etc.
A los
pobres los llevaron a un lugar llamado feria, de allí tenían prohibido
alejarse. Luego diseñaron otras leyes que coordinaban las acciones para los
nuevos pobres que se sumaban a los anteriores y configuraron una gran aldea
aislada del resto de la ciudad, los que allí seguían viviendo no los volvieron
a ver jamás y así el gobernante y sus asesores pudieron pasear con sus hijos de
la mano sin tener que cruzar de vereda nunca más.
Andrés Bohoslavsky
Duelen muchas realidades, y estaos relatos nos muestran a cara lavada lo que sí sucede y la indiferencia que hace de escudo. Pero las realidades no se desvanecen.
ResponderEliminarGracias por leer estos relatos, Haidé, y por tus conceptos.
EliminarCariños, buena semana
Analía