lunes, 29 de agosto de 2016

Mónica Cazón


La boda

ella dijo, ojalá llueva el día de la boda, porque la lluvia todo lo lava. Pero no llovió. El sol brillaba con su belleza despótica y contenía el amor desbocado de Muriel. Intenté olvidar el parque y su santuario. Vi huellas en el aire y toqué a la pequeña sobre el vientre de la mujer. Todos crecíamos.
Ahora, unos diminutos copos de nieve dificultan la marcha de mi cuerpo carente. Duermo menos y para colmo, he dejado de soñar.


El baúl del último estante

alabé ese vestido porque te quedaba muy bien, falda dijiste, enseñándome a distinguir una aguja de un ojal; así de fácil se instalaba la primavera en tus palabras y, entre nuestras caricias, la distancia de una lágrima y el borde del ojo.
Parte del vestuario quedó arrugado en baúles perfumados con pétalos de rosas, guardados allí porque las cosas banales necesitan perfume y no las páginas de un libro, que tienen su propio aroma. Eran telas y tules que heredaría para el momento de casarme, los géneros nada más; no las repetidas historias de amor. Gracias.


Intervalo

escuché los pasos de mi madre marchar solos. La escuché abrir grifos y alisar el ruedo de la falda. Vi sus manos levantar la flor que rodó por la tumba, y colocarla en el lugar exacto. Como si la cuerda floja fuese jurisdicción ajena a partir de ese momento.


después de Hora

se escondía detrás de las maderas como un animal extraño, decidida a desaparecer de los lugares de siempre. Yo, sumergida en campos secos, dejaba huellas para que me encuentre. Acertijos que sólo conocíamos las dos, palabras que pronunciaba en un lenguaje desconocido para sanarle las heridas. Pero las heridas no sanaban, hacía falta un milagro.


Del libro de la autora: El placar de Muriel. Alción Editora, 2012

Mónica Cazón
Tucumán, Argentina


2 comentarios:

  1. Felicitaciones a Mónica, muy buen lenguaje , un surrealismo que deja pensando, poético.

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