La boda
ella
dijo, ojalá llueva el día de la boda, porque la lluvia todo lo lava. Pero no
llovió. El sol brillaba con su belleza despótica y contenía el amor desbocado
de Muriel. Intenté olvidar el parque y su santuario. Vi huellas en el aire y
toqué a la pequeña sobre el vientre de la mujer. Todos crecíamos.
Ahora,
unos diminutos copos de nieve dificultan la marcha de mi cuerpo carente. Duermo
menos y para colmo, he dejado de soñar.
El baúl del último estante
alabé
ese vestido porque te quedaba muy bien, falda dijiste, enseñándome a distinguir
una aguja de un ojal; así de fácil se instalaba la primavera en tus palabras y,
entre nuestras caricias, la distancia de una lágrima y el borde del ojo.
Parte
del vestuario quedó arrugado en baúles perfumados con pétalos de rosas,
guardados allí porque las cosas banales necesitan perfume y no las páginas de
un libro, que tienen su propio aroma. Eran telas y tules que heredaría para el
momento de casarme, los géneros nada más; no las repetidas historias de amor.
Gracias.
Intervalo
escuché
los pasos de mi madre marchar solos. La escuché abrir grifos y alisar el ruedo
de la falda. Vi sus manos levantar la flor que rodó por la tumba, y colocarla
en el lugar exacto. Como si la cuerda floja fuese jurisdicción ajena a partir
de ese momento.
después de Hora
se
escondía detrás de las maderas como un animal extraño, decidida a desaparecer
de los lugares de siempre. Yo, sumergida en campos secos, dejaba huellas para
que me encuentre. Acertijos que sólo conocíamos las dos, palabras que
pronunciaba en un lenguaje desconocido para sanarle las heridas. Pero las
heridas no sanaban, hacía falta un milagro.
Del
libro de la autora: El placar de Muriel.
Alción Editora, 2012
Mónica Cazón
Tucumán, Argentina
Felicitaciones a Mónica, muy buen lenguaje , un surrealismo que deja pensando, poético.
ResponderEliminarGracias por tu lectura, Haidé.
EliminarCariños
Analía