lunes, 29 de agosto de 2016

Ana Quiroga Larrieu


Cada tres días

Que lo esperemos un ratito, nos pide Roberto, mientras carga nafta. La lancha se balancea suave sobre la lisura del río apenas perturbado por el desfile de camalotes y el tránsito discreto de los isleños. Más tarde, cuando vayamos por el Paranacito, Roberto nos irá contando sobre lo que vemos y también sobre lo que nadie dice.

Hoy, muy temprano, tomamos mate en el muelle. El aire traía los olores del barro, una densidad dulce, cargada de río y del verde que desprenden los árboles. El agua, condensada, acentuaba el misterio del momento, el silencio casi sacro de la mañana. Frente a nosotros pasó un hombre de las islas navegando una canoa pequeña. De pronto, desapareció en la niebla. Y luego, volvimos a verlo, en un juego de apariciones y desapariciones, como una muda representación de lo efímero.

***
Cada tres días se va una persona de las islas, dice Roberto, mientras nos conduce en la mañana, bajo un cielo deslumbrante después de la lluvia. Y declara:

Que hace cincuenta y dos años nació allí, y allí conoció a su mujer y tuvo a sus dos hijos.
Que la gente se va y vienen otros, pero nunca vienen tantos como los que se van. Los que vienen compran las tierras y hacen negocios que no dan trabajo.
Que el gobierno no ayuda a los que hacen producir la tierra.
Que si su padre resucitara y viera lo que ahora pasa, se moriría otra vez, pero de pena.
Y habla también de los campos de la papelera. Cortan los árboles y no plantan nada.

Ahora pasamos frente al cementerio. Acá, los cortejos fúnebres desfilan por el río, señala Roberto.

Y entonces pienso que en estas islas, la muerte es algo que todavía tiene sentido. Imagino las barcas en el silencio, los vecinos en la orilla viendo pasar al muerto, el féretro donde reposan flores de coral y azahares. Y atrás los camalotes como ciudades navegantes, que no saben del muerto ni de la viuda ni del hombre que perdió a su compañera y se quedó solo y no se pregunta para qué seguir, para qué amanecer y luchar contra la maleza, los mosquitos, la inundación, las pestes.

¿Y esas cosas que trae el río?, pregunto. Es el agua de los campos inundados, pero acá no se inunda, dice el isleño. Acá no se va a inundar nunca, se obstina. Allá sí, en Gualeguay, pero nosotros estamos más arriba.

Luego, señala con orgullo, esta es mi casa, y muestra, sobre la margen derecha, como yendo hacia el Uruguay, una construcción en alto pintada de celeste, erguida sobre los árboles.

Roberto también se yergue. Conduce la lancha de pie, mira el río y las islas como si los viera por primera vez, como si más de medio siglo de arraigar en esas tierras sólo hubieran afirmado su lúcida pertenencia. Y sigue relatando, y ahora sé que no lo hace para nosotros. Lo hace para edificar la memoria de esta villa, donde cada tres días alguien se va. Las escuelas cierran porque faltan alumnos y los isleños se van a las ciudades, porque las tierras sólo dan árboles para hacer papel. ¿Y cuántos hombres hacen falta para matar árboles? Pocos, muchos menos que los necesarios para sembrarlos. Entonces, los hombres y sus familias se van. A las ciudades, a vivir con las puertas cerradas, a vender su tiempo y a extraviar el sentido.

Nota: Este relato está íntegramente basado en hechos reales. Pocos meses después de escribirlo, en abril de 2007, Villa Paranacito sufrió una terrible inundación. Ana Quiroga Larrieu.


Ana Quiroga Larrieu
Buenos Aires, Argentina

7 comentarios:

  1. Es una denuncia, en el dolor. ¿Alguien la leerá?

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    1. Gracias por tu lectura, Haidé. Y sí... creo que mucha gente lee los escritos publicados aquí.
      Cariños
      Analía

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  2. Sí, es una denuncia y asumo la realidad paralelamente a mi impotencia...
    Sucede algo similar en la llanura si no ¿por qué la gente deja sus campos para ubicarse en las ciudades y vivir como se pueda?

    Ana: yo conocí a Elena Larrieu profesora de una gran concertista Evelina Aitala. ¿Sos pariente de esta profesora?

    Mis saludos para vos y mi apoyo a tu interesante escrito.
    Bertha Carou

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    1. Hola, mil disculpas por la demora en responder, no me llegan los avisos al mail. No soy pariente de Elena, hasta donde yo se. Muchas gracias por leerlo y por tu concepto. Solo puedo decir que busqué la manera de decir lo que fue y lo que es en las islas del Río Paraná.

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  3. Sí, es una denuncia y asumo la realidad paralelamente a mi impotencia...
    Sucede algo similar en la llanura si no ¿por qué la gente deja sus campos para ubicarse en las ciudades y vivir como se pueda?

    Ana: yo conocí a Elena Larrieu profesora de una gran concertista Evelina Aitala. ¿Sos pariente de esta profesora?

    Mis saludos para vos y mi apoyo a tu interesante escrito.
    Bertha Carou

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  4. Coincido con Haidé.
    Fuera de eso, está muy bien el escrito.
    Quisiera saber si Ana es pariente de Elena, profesora de piano quien preparó a la concertista Evelina Aitala Pacin.
    Saludos
    Bertha Carou

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    1. Gracias por tu lectura y tus conceptos, Bertha. Posiblemente Ana te responderá luego de leer estos mensajes.
      Cariños, una buena semana
      Analía

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