en Puerto Príncipe.
Las muertes, los disparos.
Un día no nos llegaba el arroz de la comida.
No quieren ser pobres.
Merecen dignidad.
Quieren comer, tener un techo.
Pagar la educación de sus hijos
con su esfuerzo.
No pueden.
Solo unas cuantas familias ricas
lo quieren todo y lo tienen.
* * *
En el barrio de la Saline,
en Anse-à-Pitres,
en la frontera con Pedernales,
los haitianos recogen piedras blancas,
cincuenta gourdes el saco.
Un gourde no llega a un céntimo de euro.
Las ves en los chalets,
los bancos, los restaurantes.
En selectos lugares.
O piedras o la droga para
el que no quiere ser pobre
y tener una casa de trapo,
de madera y metal.
La quieren de cemento,
con muchas habitaciones, dos pisos…
Así no se mojan los muebles cuando llueve.
Así consiguen un móvil y
ropa de marca.
Y no gusanos en las heridas.
* * *
Despachos de abogados,
de cambio y de viajes.
Puestos donde las mujeres
fríen su mercancía
temprano en la mañana.
Bares y terrazas
donde tomar cerveza Prestige,
por pocos gourdes,
de gran calidad, como la música que oíamos.
Las palabras en creol,
mientras cargas el móvil y
el alegre zapatero arregla
unas chanclas de goma desgastadas
sentado en un bordillo.
Vendedoras de frutas ambulantes,
blísteres de medicamentos, tabaco…
Puestos de todo
en una carretilla,
preparados para el regateo.
Los jóvenes elegantes
como en un desfile.
Pero no es París,
ni Londres, ni Milán.
Los escolares con los caros uniformes
del colegio religioso.
* * *
Las clases de bloques desnudos.
No tenían nada dentro:
Ni un póster regalado
de propaganda de editoriales, de instituciones,
del derroche.
Sin un mapa, sin un libro, sin un juguete.
Solo los colores de sus ropas.
Una pizarra gastada
donde se adivinaban los ejercicios de una clase recibida.
Las mesas y los bancos mordidos por el hambre de saber.
Juegan con una pelota de trapos multicolores
que ellos mismos fabricaron.
Juan Carlos me acariciaba el pelo, la cara
con suavidad.
Yo lo abracé.
Le besé en la cara.
Nos hablamos con sonrisas.
Me hizo trenzas en el pelo.
Allí nadie les pega o los viola,
ni los mata el hambre.
Por las noches duermen
en sus camas seguros.
Bajo las mosquiteras.
Poemas pertenecientes al libro de la autora: Entre Dominica y Haití
Áurea López Quiles
Alicante, España
Áurea López Quiles, me has provocado el llanto,la emoción, la gratitud. Tus poemas son un grito silencioso de justicia.
ResponderEliminarQué lleguen lejos, cerca, aquí mismo.
Porque el mundo está en manos poderosas de unos pocos.
Beatriz Caserta
Un abrazo querida escritora.
Muchas gracias por tus conceptos, querida Beatriz.
EliminarMuchos cariños y mis mejores deseos