lunes, 3 de julio de 2023

Dora Zulema Lorusso

Desolación 

El paisaje urbano en ciertas noches suele ser intensamente revelador. Calles casi desiertas con algún que otro paseante, sumido en íntimas cavilaciones ajeno a la realidad. Fantasmas silentes de una ciudad indiferente y cruel. La lluvia intensa por momentos, se desliza tenazmente en esta inhóspita geografía. Los charcos de agua en el asfalto y en las desgastadas aceras reflejan persistentes las luminarias del alumbrado público. Un aire cálido y pegajoso se adhiere a las personas y cosas envolviéndolas en una atmósfera pertinazmente molesta. 
Es allí donde repentinamente surge la sorpresiva figura de un hombre en dirección hacia caminos inciertos: ¿el calcinante infierno? ¿el beatífico cielo? o ¿una terrenal estadía no deseada? La realidad parece negar toda respuesta. El hombre permanece desnudo bajo la lluvia agitando sus brazos en un brote de enajenación, gritando: - Soy Dios… Soy Dios… Por segundos, como tomando pudorosa conciencia de su estado, se encorva, con sus manos cubre sus genitales y dando saltos balbucea algo ininteligible. 
Llegan unos policías, tratan de sujetarlo y cubrirlo con una manta. El hombre ofrece resistencia profiriendo guturales sonidos que se parecen a los de una fiera herida. La fuerza se impone. Es trasladado a un hospital. Allí permanece atado a una cama, recibiendo, gota a gota, algún piadoso calmante. Pero, aun así perdido en sus desvaríos físicos y psicológicos, con un resto de rebeldía humana, escapa del hospital. Es entonces, cuando como perseguido por una obsesión vuelve a aquella esquina, la misma en la que fuera encontrado. Esa esquina en la cual, en una ráfaga de lucidez, su mente se ilumina con alguna feliz escena familiar. 
Allí permanece - aguardando - como un ángel exilado del paraíso, reavivando ahora aquel ininteligible balbuceo que se escucha como desolado llamado: - Papá… Mamá…


Dora Zulema Lorusso
Lanús, Buenos Aires, Argentina

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