Nadie sabe exactamente cuándo llegó el loco vestido de militar al pueblo, ni de dónde vino. La gente se lo encuentra a cualquier hora en las calles, en las esquinas, repitiendo sin cesar las mismas palabras incomprensibles como un disco rayado; y haciendo mil gestos, como quien preside un multitudinario acto.
En ocasiones, cuando tiene hambre, llega a cualquier casa y pide algo para comer, así, con una mueca y abriendo la boca bien grande, como si fuera un niño. Los vecinos le ofrecen algunos panes y sopa, o alguna torta de casabe y un poco de agua con azúcar. No entiendo por qué la gente se empeña en compartir sus miserias.
El loco ni siquiera cuando come deja de repetir su alocución, pero al irse, se despide siempre con un GRACIAS que resuena en todas partes, como si lo hubiera dicho desde lo alto de una tribuna en medio de la plaza. Entonces sigue su incansable andar con los zapatos derruidos. Se detiene por momentos ante cualquier señal de tránsito, o frente a un poste telefónico, va engalanado con su viejo uniforme, sucio y maloliente, sin dejar de pronunciar jamás su incoherente discurso.
Cuento del libro del autor: El bar de las revelaciones
Maikel Sofiel Ramírez Cruz
Las Tunas, Cuba
De locos y poetas, todos tenemos un poco. Pero " TU LOCO! me pegó fuerte, gracias por tu sensibilidad.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu lectura, Beatriz.
EliminarCariños