Una palabra común que está en las noticias de hoy, que se repite, que se lee o se escucha, que como no se ve no se siente, siempre está el solidario que dice: -Pobre gente, o el desinteresado que piensa: -Como siempre.
-Ahora sí, todo está bien. Quien conocía a Mirta sabía que esa frase era nueva en su repertorio. La dijo y cerró la puerta, o lo que quedaba de ella, la madera maltratada se quejó con un chillido áspero, inarmónico.
Vivían en la casa de la esquina, a la sombra del confort ajeno. Era la esquina de una cuadra que esperaba ser trazada, un lugar para acomodar, todo lo positivo estaba al llegar pero el camino se hacía largo, hasta el sol se demoraba en llegar.
La casa se fue achicando ante la indiferencia y las necesidades, se comenzó a torcer hasta parecerse a una nariz en un rostro gris. El barrio creció en un puño cerrado que no se abrió para nadie.
Para ver el sol, los árboles, el asfalto, había que escabullirse por las hendijas que dejaban los dedos del puño.
Siempre hubo poco lugar dentro de la casa, sólo Roque podía abrir caminos. Él pasaba el tiempo dibujando en todas partes, sus senderos hacían retroceder al mapa trazado por la humedad y el hollín. Su mano era una araña laboriosa extendiendo su tela de oxígeno, una tela llena de ríos, montañas, caballos, autos, muchos autos, trenes poderosos que superaban las leyes de gravedad… Dibujos con esperanza, señales de estar esperando un cambio, una apertura…
Cuando el abuelo perdió su casa, se mudó a la casa de la esquina que se torció un poco más por la presión interior.
La silla baja del abuelo fue aplastada por el tren de Roque, pero al abuelo no le pareció mal, las patas del catre metieron dentro de la casa el primer sol, un astro rojo, la tiza preferida del chico, reservada para las cosas importantes, regalo de la maestra. También en esa oportunidad el abuelo lució en sus ojos gastados una chispa de alegría. Pero todo se acaba y eso pasó también con el espacio para dibujar. Es posible que el pensar haya antecedido al dibujo. La verdad es que no importa demasiado para la historia, una noche sin nada que hacer ni donde estar, el sacudón del tren real hizo que las miradas del abuelo y la del nieto se encontraran.
Fue entonces cuando Roque con su tiza roja en la mano y borrando con el puño de su buzo gastado despidió montañas, ríos… como si ya hubiesen cumplido su ciclo. Comenzó a escribir en la puerta del lado de adentro: “El tren corre para donde brilla la luz del sol. El tren corre para donde brilla la luz del sol. El tren corre para donde brilla la luz del sol”. Así formó con la frase repetida un muro. El abuelo lo miró con sus ojos cansados y sonrió con un brillo extraño en esas pupilas por donde habían desfilado tantos carnavales. Quizás comenzaran a acunar juntos una esperanza.
Esa noche comenzó a llover, fuerte, muy fuerte. El agua comenzó a filtrarse por el techo primero, después todo se transformó en agua, comprendieron que no quedaban muchas opciones. El agua o el agua. Difícil, muy difícil.
El abuelo levantó los pies. Roque miraba borrarse los dibujos. La puerta resistía, al agua no le importaba nada, seguía apoderándose de lo poco que había. El abuelo y Roque se volvieron a entender con la mirada. Era una lluvia hambrienta.
El río llegó y se quedó con todo, cómplice de la lluvia. Todo cambió, se corrió, se fue, nada quedó igual.
Después de un tiempo se vieron los fantasmas pintados por el agua blanda y marrón.
Ya no estaba la esquina con su nariz deformada. Estúpidamente había quedado la puerta maltrecha, sujeta por algunos cartones chorreados ¿Quién iba a acordarse de los dibujos?
No tenía importancia, no se habían trazado para la posteridad. No se puede pensar en el futuro cuando no se trabaja el presente. Toda locura es un sueño que se fija o sea que el sueño debe concretarse.
Mirta vio la puerta y todo lo que quedaba que era nada, entonces dijo aquella frase inédita: -Ahora sí, todo está bien. El asfalto la esperaba.
¿La casa de la esquina? Le pasó lo mismo que al azúcar en un pocillo de café. Tan solo quedó la borra negra pegada al piso. La indiferencia es casi muda, por eso no hubo muchos comentarios.
La esquina perdió la nariz en una noche de tormenta.
El nieto y el abuelo se envolvieron en el traqueteo de un tren que marcha hacia la luz del sol.
Cleide ‘Mimí’ Muglia
La Plata, Buenos Aires, Argentina
Gracias Analía Por tu respeto hacia los que nos gusta escribir. Encontrar gente de tu talla comprensiva no es muy corriente. Un afectuoso saludo
ResponderEliminarMuchas gracias a ti, Mimí, por tus generosas palabras hacia mi persona y por permitirme compartir tus historias.
EliminarMi abrazo y mis mejores deseos