viernes, 13 de enero de 2023

Ana Barchuk de Rodríguez

El Chofer 

El gerente de la empresa me ordena trasladar al campo de paz a los deudos de un difunto cuyo sepelio es a las diecisiete horas. Sé que se va a demorar. 
Ascienden los pasajeros, pongo en marcha el colectivo, unas señoras lloran, otras se lamentan, aquellas enumeran las obras buenas del finado en su vida. Al llegar a la puerta del Camposanto, frente a la Cruz Mayor, detengo el colectivo, abro la puerta y descienden los condolidos allegados. Sin mover el transporte del lugar, espero a que sepulten al fallecido. 
Mientras hago tiempo, cierro la puerta del ómnibus, enciendo la radio, preparo el mate y con paciencia permanezco en mi asiento. 
Al rato siento que alguien trepa al micro, miro en el espejo retrovisor interno y no veo a nadie. Las puertas delantera y trasera continúan cerradas. Un frío aliento hiela mi sangre. Me pongo de pie y miro dentro del autobús, recorro asiento por asiento, corroboro que sigo estando solo. Vuelvo a mi butaca de chofer, me acomodo, continúa sonando un lindo chamamé en la emisora local. Cebo otro mate, echo un vistazo hacia el cementerio confirmando que termina la parte del rezo frente a la Cruz Mayor. Luego reconozco la media docena de hombres cargando al féretro en sus hombros dando tres vueltas en procesión alrededor de la cruz y, por fin, enfilan hacia el lugar donde se encuentra abierto el pozo. 
Percibo que el colectivo se mueve… hacia un lado craaac. Hacia el otro craaac. Levanto la cabeza, doy una ojeada en el espejo del conductor, confirmo que el habitáculo continúa vacío. 
Nuevamente… craaac hacia un lado. 
Al ratito… craaac hacia el otro. 
Tengo miedo, el sol casi por completo desaparece en el horizonte. Lejos, en el lugar del entierro, distingo al grupo de personas cumpliendo con la despedida. 
Otra vez, craaac hacia un lado. 
Al instante…craaac hacia el otro. 
Apago la radio, dejo el mate. No pierdo de vista al espejo… 
Craaac chilla el inmenso transporte. 
Craaac más fuerte. 
Me pongo de pie, camino por el interior del micro, controlando asiento por asiento. 
Craaac y craaac chilla el armatoste. 
La sospecha me paraliza, tengo piel de gallinas en los brazos y helado el cuerpo. Por unos minutos no sé qué hacer. 
De golpe, tropiezo con el coraje y sin titubear abro la puerta frontal, desciendo del vehículo con cien ojos, me dirijo a la parte de adelante, que continúa normal. Camino al costado derecho, entre el coche y el cementerio. Al finalizar la revisión del armatoste, detrás de él, descubro sentado en el paragolpes trasero al obeso cuidador de la necrópolis que me saluda - ¡Buenas tardes don Carlos! - Comentando - ¡Se hizo largo el entierro! - Y pregunta - ¿Me puede llevar hasta el pueblo, que ya finaliza mi horario de trabajo? 


Ana Barchuk de Rodríguez
Misiones, Argentina

2 comentarios:

  1. Excelente relato, tenebroso y con miedo terminando con una sonrisa !!!

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