Tapar para no ver
Cuando se dieron cuenta de que eran niños, ya era tarde para apartarlos
del horror de una guerra que no les pertenecía. G.B.
hay un recelo extraño en la hosca mirada
la niñez se ha entretejido difusa y eventual
la niñez se ha entretejido difusa y eventual
en milenios de luchas infructuosas
las manos aún pequeñas
reflejan arañazos que propinó la vida
esa que acorta sin piedad los años cortos
un sesgo indescifrable ciñe la boca sucia
y alguna salpicadura carmesí que no le pertenece
el pelo enmarañado
el pertinaz entrecerrar del negro de los ojos
detrás del cuerpo apenas cuerpo hay una bruma que lo
cubre todo
un polvo inesperado
empaña los colores del vestido
o lo que hoy queda de él
la tela aún le permite conservar el pudor al cuerpo
niño
en medio de esos brazos cobijada
sostiene una muñeca
que quizá no es la suya
tal vez es de otra vida más corta que la suya niña de ojos oscuros
la que ha dejado huérfano a un lado del camino al ser inanimado que
reclama caricias
ella fue mancillada
sus ropas ausentes lo demuestran y sus manos de trapo
con dedos amputados
no importa si la dueña es la niña de oscuros ojos
negros
ella recuerda bien
a pesar del martirio
cómo es eso de acunar al indefenso
darle calor librarlo de la crueldad humana
no ha perdido del todo la niñez aún hay brillo en sus ojos
se apiada
se conduele
se aferra al único objeto tan afín a ella misma que
conserva a su lado
y en un gesto que habrá tomado tal vez unos segundos
de un reloj que hace trampas
tapa los ojos falsos con dos manitos de anciana
prematura
para evitar que la muñeca
tan similar a ella
tan casi niña tan llena de
desierto
pueda ver el odio
la infamia o el horror que las
rodea
a la que aún late sin atreverse al grito vano
y a la que copia humanidad con cuerpo trunco
pero no importa eso
la inerte tiene algo invalorable
ha sido bendecida con dos gracias:
no posee
ni alma ni memoria.
Del libro de la
autora: Basta de mordazas
Graciela Bucci
Buenos Aires, Argentina
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