Casillas neutras
La
lectura de una nota sobre el controvertido tema del terrorismo de Estado y los
crímenes del terrorismo no estatal, me hizo reflexionar.
Quienes
nos titulamos “pacifistas”, ¿cómo podemos admitir que se cometa todo tipo de
crímenes en nombre de supuestos principios de uno u otro signo?
Y
poco a poco, casi sin darme cuenta, fui trasladando esas ideas al ámbito del
tablero de ajedrez. ¿Cómo tolerar que en él se ponga en riesgo la vida de
peones, alfiles, caballos y torres en salvaguarda de la seguridad de reinas y
reyes cuyas vidas deciden el resultado de una partida?
“Así
fue siempre”, dirán algunos y “lo dice el reglamento”, dirán otros. ¿Pero esos
argumentos deben conformarnos? ¿Con qué derecho jugamos con la vida de humildes
peones como si ello fuera inevitable? Sacrificados peones que tienen la misión
de convertirse en dama cuando llegan a la octava, como travestis a la fuerza.
Creemos
que deberían tener la opción de refugiarse en casillas neutras, ni blancas ni
negras, donde nadie los pudiera atacar y menos borrar del mapa del tablero. Por
lo menos les posibilitaría gozar del descanso necesario para reponer energías.
Ya
ven ustedes cómo se pueden hallar soluciones, basadas en el derecho, que los protejan
de injusticias y peligros.
Negros
y blancos son los caminos de la vida y de la muerte también, señores abogados.
Y
decía Borges: “sobre lo negro y blanco del camino buscan y libran su batalla
armada”, para agregar después: “También el jugador es prisionero de otro
tablero de negras noches y de blancos días…”
Seamos
verdaderos pacifistas, que así salvaremos al ajedrez, convirtiéndolo de enfrentamiento
armado en noble competencia de inteligencias y voluntades al servicio del arte
y de la vida.
Internado
-
¡Señor Roberto, tiene usted visita!… gritó un
hombre vestido de blanco.
Caminé por la vereda de baldosas
negras y blancas siempre derecho, como una torre. Quise saltar como un caballo,
pero no me dejaron… Los peones pueden convertirse en dama al terminar la
vereda…
Recordé la rayuela pintada en el
pasaje de mi infancia: tierra y cielo… y el caminar sorteando baldosas…
Me llevaron a un rincón del jardín
donde me esperaba una mujer, pero no recuerdo quién era. Ya sentados en un
banco, me dijo que “pronto volvería a casa”, que el Dr. Oloff le había
prometido…
No entendí qué quería decir… Pensé
cómo hallar la solución. ¿Debía sacrificar material? ¿Cuál sería mi próxima
jugada?
Mientras yo pensaba, la mujer llenó
el espacio con palabras.
- ¡Juegue, por favor!, le dije.
La mujer calló y me miró fijamente:
-
¿No querés volver?
Con un fuerte dolor de cabeza regresé
a la habitación donde me preparaba para la próxima competencia.
Al día siguiente, un señor vestido
con traje y corbata vino a verme. Se sentó en la única silla del cuarto y yo en
la cama. Me miró como lo hubiera hecho mi padre y me dijo:
-
Un muchacho preguntó por usted. Dijo que sus
alumnos lo extrañan, que las matemáticas son divertidas cuando usted las enseña
y que Ud. los ha hecho interesarse por el ajedrez.
-
El ajedrez es matemáticas más psicología más
música. ¿No le parece a usted?, le dije al señor de traje y corbata.
-
Cierto, pero con el debido descanso para no fatigar
la mente…
Y pronto quedé nuevamente solo. Seguí
pensando cómo resolver el problema, pero las imágenes del tablero se fueron
borrando poco a poco… Hoy me costó levantarme. La cabeza cansada de resolver
problemas, algunos de matemáticas y otros de ajedrez.
Para salir del encierro debía
comunicarme con Caissa, quien vendría para llevarme secretamente afuera en procura
de la libertad y el amor.
Me miré al espejo. Ya no era el
muchacho de 20 años, ni el de 40, ni el de 80. Me encontraba volando sobre la
ciudad descubriendo, uno tras otro, los lugares donde viví hace mucho tiempo.
Pero yo no estaba en ellos.
Un hombre vestido de blanco entró a
mi habitación para decirme que una joven muy bella preguntaba por mí y se
llamaba Clarisa, Marisa o algo así…
Pero yo no le creí y
me di vuelta en la cama para seguir durmiendo.
Roberto Pagura
Buenos Aires, Argentina
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