* * *
Se
desnudan. Ella apoya su espalda contra el respaldo de la cama. Abre sus
piernas.
Deja
sus piernas dobladas, las rodillas quedan como una cima curva y perfecta. Un
haz de luz que se filtra por los postigos entornados les da un aspecto
irreal. Son la superficie de un planeta mágico.
Ella
Desnuda. Con sus piernas abiertas y el sexo expuesto, recibe al hombre.
El
hombre apoya su espalda en los pezones que chispean a la altura de los pulmones.
Ella
lo contiene en sillón de mullida ternura humana. Abre un libro, recorre en
silencio las páginas.
Cada
vuelta de hoja genera una brisa o un huracán en la piel.
Él se
concentra en la respiración. Los pulmones son una caja perfecta de resonancia.
Siente al latido del corazón de ella como doble latido del propio corazón.
Ella comienza a leer.
Su
voz se eleva en catedrales.
En su
voz que eleva en catedrales hay un eco de otra voz dormida.
El
hombre cierra los ojos. No está del todo allí.
Hay
una niña que canta en latín. Cuando su voz vuela, se despega del coro y los
fieles se giran, dejan de ver hacia el púlpito y buscan el origen a ese
desgarro del aire que llega a los oídos.
Afuera,
probablemente está nevando, el reloj de la iglesia está congelado como en una
postal sepia a las 10 y 5 minutos de una mañana de domingo. Los tejados rojos
cubiertos en algodones de nieve. El río D'Orba hace espuma al chocar contra los
pilotes del puente de hierro y madera, y más allá el horizonte se eleva como en
una visión de piernas que culminan en cimas nevadas de luz matinal.
El
hombre, que se elevó lejos lejos para recuperar el canto de su abuela, ahora
vuelve para sentir un cielopiel al presente de sus manos.
Pedacitos en viaje…
Cerca
de la estación de trenes, en terrenos aledaños a las vías alguien guarda un
barco tapado por partes con nylon, es del tamaño de un bote de los que utilizan
pescadores artesanales que salen a alta mar. Cada vez que paso rumbo a la
estación del tren lo veo. Trato de imaginar cómo llegó hasta ahí.
Cada
vez que paso y veo ese barco me encuentro con la misma perplejidad de cuando
trato de explicarme cómo llegué hasta aquí, desde que naufragio, intentando
vivir.
* * *
Es la
medianoche. Han apagado las luces del vagón para que la gente duerma.
Afuera
hay luna plena y un cielo estrellado que ilumina el interior del vagón, dibuja
formas extrañas según ingresan las sombras de los árboles altos que bordean
cada tanto el recorrido. El hombre lee a Saramago gracias a una débil luz
individual. Encuentra una frase que lo sacude: “La culpa es un lobo que se come
al hijo después de haber devorado al padre”.
Piensa
en su padre, nacido en un hogar campesino en la Italia de 1923. Ese sueño
que lo sacudió ya anciano: los lobos se comían a sus ovejas y él no podía hacer
nada para evitarlo. Así se despertó, de esa cara de espanto de su padre, el
hombre no se olvida. Piensa en su padre, en él, en sus hijos. En otros padres
con sus hijos. Todos acechados y finalmente devorados por la culpa. El espanto
no lo deja dormir.
En los sueños de muchos hay aullidos.
* * *
Dos
novios se dan un beso en el andén. La chica sube al tren.
Beatriz vuelve a decirle "cuando la
gente se quiere ver, se ve".
Fue la despedida y ocurrió cuando ese
hombre que mira era un adolescente de la edad del chico que quedó allí, parado
en el andén, viéndola partir.
* * *
Después
de kilómetros de viaje, con su nariz cerrada por el resfrío, el hombre percibe
como se abre paso lentamente un aroma a sopa de vegetales.
Un
olor a hogar inunda el aire quieto de su habitación.
Ahora
puede respirar bastante mejor que en los días anteriores. Se abren sus sentidos.
Ese gusto a sopa le trae la voz lejana de su compañera cantando en la cocina…
“Who can buy this wonderfull morning?”
“Who can buy this morning to me?”
Desde
su voz vuelve a oír el ritmo espontáneo del cuchillo cortando sobre la tabla de
madera.
Pedacitos
y pedacitos que fueron aroma y alimento.
Con
la cama bañada en sol, el hombre abre sus pulmones y los llena del aire a sopa
que flota en la habitación…
“Who
can buy this wonderfull morning?”
“Who
can buy this morning to me?”
Tiene
razón. Nadie puede comprarle esta maravillosa mañana, cuando recibió como un
golpe benigno del recuerdo ese aroma y esa voz.
* * *
En el
cajón de las fotos sin presente hay una carta escrita a letra cursiva en
italiano sobre el papel liviano que se usaba para correo internacional. Pudo
traducir apenas el núcleo del mensaje “murió nuestra princesa” pues está
ilegible por partes. ¿Salió llorada desde Paterno Di Lucania? ¿Su padre la
lloró al recibirla?
Textos tomados
de Inventiva Social,
publicación editada y dirigida por Eduardo Coiro, Buenos Aires, Argentina
http://www.inventivasocial.blogspot.com
http://www.inventivasocial.blogspot.com
Eduardo Coiro
Temperley, Buenos Aires, Argentina
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