Más tarde
Adentro
la sala caliente, era
un
caño de escopeta recién disparado.
Unos
pocos dentro.
Las
miradas como tensos cañones apuntando,
hacia
paralizadas bisagras.
En
cada rostro una guerra
se
levantaba a paso lento.
Pero
más tarde el campo, se arrugó, entre
los
puños de la oscuridad al igual que un papel verde.
Casas
con techos de chapas igual a
pequeñas
lámparas prendidas aparecieron.
Fuera
de las salas y más allá
la
soledad sobre todo lo visto en segundos llegó,
aleteando
y retorciéndose en la nada.
El
invierno sopló agitando más y más
las
copas de los árboles.
Acostado
con un bulto de cansancio
sentí
en el pecho una madriguera arenosa
donde
irreales topos me escarbaron sin piedad.
Ellos
vieron lo mismo conmigo en la madrugada
botones
invisibles desde la tierra,
controlando
el ascensor de los recuerdos.
Estallido matutino
Telescopio de senderos, vigilan al caminante. Él
va.
Un risco sopla. Solo. ¡Delineación!
El sol se atrinchera, mitra tras estáticos
ponientes.
La luz poderosa se extiende, coloniza.
El monte aparece, es una carta inconclusa:
Dios quiere terminarlo,
con su pluma de bendiciones.
¡Es justo! ¡Es necesario!
La aurora ensaya sus astas doradas en la espesura.
Con voluptuosas cadenas, se sujetan las copas.
Las olas vienen y hablan en su lenguaje amarillo.
Se esparce la cuota cavadora de raíces.
Sin embargo estos senderos no son pistas de
aterrizajes, son
solo las manecillas del sol tocando la puerta del
mediodía.
Y de despedidas que empiezan, cual si fueran
latidos intermitentes,
el conservará fresca, la anarquía de su destino.
Cuerpos maduros bajo tierra
El día rueda, con su voz abarca
todos los oídos desnudos.
Bajo un manso chaparrón que se trasluce,
en arbustos cortados por una Gillette de estatura.
Lejos, un cerro ciego, inclina
sus pestañas de piedra hacia el pueblo.
Desde aquí, veo las olas que rompen
sus disfraces en la costa y ya no vuelven.
Hay una estampida entre las hojas:
pasan sueltos caballos de viento.
Ya estamos en abril,
y nos ceñimos a su contorno.
Tras grises praderas, tras metálicos paisajes
el otoño nos aguarda masticando cerrojos marrones.
Cuando nos encuentre todos seremos:
¡Cuerpos maduros bajo tierra, frutos de sepulcros
vacíos!
A través de nosotros se levantarán las huellas,
desde sus tumbas de camino.
Hugo Fernando Pereira
Luque, Paraguay
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