domingo, 14 de diciembre de 2014

Hugo Fernando Pereira

Más tarde

Adentro la sala caliente, era
un caño de escopeta recién disparado.
Unos pocos dentro.
Las miradas como tensos cañones apuntando,
hacia paralizadas bisagras.
En cada rostro una guerra
se levantaba a paso lento.

Pero más tarde el campo, se arrugó, entre
los puños de la oscuridad al igual que un papel verde.
Casas con techos de chapas igual a
pequeñas lámparas prendidas aparecieron.

Fuera de las salas y más allá
la soledad sobre todo lo visto en segundos llegó,
aleteando y retorciéndose en la nada.
El invierno sopló agitando más y más
las copas de los árboles.

Acostado con un bulto de cansancio
sentí en el pecho una madriguera arenosa
donde irreales topos me escarbaron sin piedad.
Ellos vieron lo mismo conmigo en la madrugada
botones invisibles desde la tierra,
controlando el ascensor de los recuerdos.


Estallido matutino

Telescopio de senderos, vigilan al caminante. Él va.
Un risco sopla. Solo. ¡Delineación!
El sol se atrinchera, mitra tras estáticos ponientes.
La luz poderosa se extiende, coloniza.

El monte aparece, es una carta inconclusa:
Dios quiere terminarlo,
con su pluma de bendiciones.
¡Es justo! ¡Es necesario!

La aurora ensaya sus astas doradas en la espesura.
Con voluptuosas cadenas, se sujetan las copas.
Las olas vienen y hablan en su lenguaje amarillo.
Se esparce la cuota cavadora de raíces. 

Sin embargo estos senderos no son pistas de aterrizajes, son
solo las manecillas del sol tocando la puerta del mediodía.
Y de despedidas que empiezan, cual si fueran latidos intermitentes,
el conservará fresca, la anarquía de su destino.


Cuerpos maduros bajo tierra

El día rueda, con su voz abarca
todos los oídos desnudos.

Bajo un manso chaparrón que se trasluce,
en arbustos cortados por una Gillette de estatura.

Lejos, un cerro ciego, inclina
sus pestañas de piedra hacia el pueblo.

Desde aquí, veo las olas que rompen
sus disfraces en la costa y ya no vuelven.

Hay una estampida entre las hojas:
pasan sueltos caballos de viento.

Ya estamos en abril,
y nos ceñimos a su contorno.

Tras grises praderas, tras metálicos paisajes
el otoño nos aguarda masticando cerrojos marrones.

Cuando nos encuentre todos seremos:
¡Cuerpos maduros bajo tierra, frutos de sepulcros vacíos!

A través de nosotros se levantarán las huellas,
desde sus tumbas de camino.


Hugo Fernando Pereira
Luque, Paraguay


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