He visto llorar a la muerte
He
visto llorar a la muerte, de cuyas culpas
se
siente arrepentida, acongojada.
Su
desconsuelo es un asunto de brumoso
misterio
y produce abrojos y sinsabores.
La
rodea el aura que se arrastra como
víboras
por todos los confines de la tierra
y por
todos los destinos imposibles de la vida.
La he
visto llorar vestida con esa piel hermosa
de su
fina osamenta, que parece de seda, que
parece
el atuendo de una gran emperadora.
La vi
llorar en la mañana. Una hora que
no es
habitual para una celebridad tan
descalabrada
y persuasiva como ella.
Tan
enigmática y legendaria con la historia.
Es una
leyenda supersticiosa que transita
irremediablemente
por el calvario más
controvertido
de la mente, con un frenesí
diabólico
que alucina los sentidos, sobre
este
desquiciado globo planetario.
Llora
en la mañana cuando el día inicia
su
faena y luchan los vivientes para
el
regocijo y esfuerzo de sus actividades.
Cuando
la mañana es esplendorosa
no
participa con su despiadada apología
ultraterrena,
se desmaya frente a la luz
de las
divinidades.
Cuando
llega la tarde sí se arroja a las brasas
inimaginables
del sol, el dios omnipresente.
Sobre
esa viva combustión se hace víctima
y
deidad de las conjuraciones de lo eterno.
Y es
fuego, es furor, es llama única y ardiente.
Es
impía y hermética para los desconocidos.
Su
patología agria, es incongruente con
las
leyes de la filosofía.
Con
cualquier indicio que establezca un sentido
de
razón.
Porque
es la erupción del maleficio que devora
las
vidas de su grandiosa empresa multitudinaria:
Las guerras,
la locura, la maldición.
Pero
la noche cuando llega ¡ah! casi la veo llorar
sin
reposo. Se conmueven hasta los cielos
más
lejanos que se reflejan por los caminos
celestes
de la inmensidad, recuerda, infinito
y
sagrado.
He
visto llorar a la muerte cuando la Luna
está
completamente pálida, como un ser
amortajado
que atraviesa la niebla suspirando,
maldiciendo.
¡Ah!,
pero los labios de la plañidera saben
a
humedad pero no saben a mentiras.
Jamás
te podrá engañar porque es sincera.
Su
mirada produce escalofrío, miedo, pavor,
presión
alta. Temperatura que estalla con ira
y te
eleva a las alturas.
Esta
aflicción la hace llorar así, desconsolada.
Mas,
nunca suele perderse por torpeza, y si
se
pierde, ella te encuentra en el camino
y te
lleva, con su dulce inocencia,
subrepticiamente.
Pero
te lleva, sí mi amigo, aunque no quieras
con
elegancia o sin ella, te lleva para siempre.
30.08.2014
José Diez Zalazar. Chiclayo, Perú
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Con viento mi esperanza
navegaba;
perdonóla la mar, matóla el puerto.
perdonóla la mar, matóla el puerto.
Lope de Vega
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