El destino del viento
Sin techo, ni una familia que
espere en casa; con esa alegría de vernos llegar: Chiquitos colgándose del
cuello; una mesa desordenada, con cuadernos de tareas tan difíciles de
completar, que sólo se concluyen con la ayuda fastidiada de algún adulto.
Apretar los dientes bajo la
colcha harapienta… Tan poco entiende, de nuestro frío…
Por allí, con suerte, un albergue
de alguna entidad oficial o civil para personas “sin techo”, que permita pasar
la noche. Pero, eso sí; lleno de reglas, por si acaso necesitáramos quedar un
día más… Con la advertencia enfática, que deberemos partir de allí; sí o sí,
después del desayuno, durante la mañana siguiente.
Luego otra vez, esa misma noche,
si tenemos suerte de llegar al llamado “Refugio nocturno” o algo similar, y que
aún quede alguna vacante para volver a albergarnos. El jarro de té, una sopa
aún caliente y alguna sonrisa de quien la sirve. Sonrisa regalada, con pena y
compasión.
Enfrentar el día siguiente, sin
otro proyecto que vagar; que encontrar el mismo banco de la plaza en la cual
uno puede permanecer un rato, tratando de esquivar la policía, la cual puede
argumentar, “vagancia” o “merodeo”. Y, de esa forma, ocultar por un rato de la
calle, esas sombras que huelen a rancio y esquivadas, con paso rápido de los
transeúntes. No obstante, a veces, ellos dejan una moneda en el tarrito;
animando nuestra esperanza de adquirir un cigarro o un cuenco de vino que sabe
a kerosén.
Esperanza que se agota en el
instante mismo de la decisión del no poder, no acceder, no luchar, no vivir.
Vida sin vida, que tal vez en
algún descuido de ansiedad inquietante, dejó en un semen olvidado, algún hijo
de nadie.
De pronto, un operativo basado en
una inquietud asociativa, para prevenir que este nominado grupo marginal de
personas, padezca las consecuencias del frío extremo; ante la nieve amenazante.
Y, como si fuera una fiesta
improvisada, el club de barrio ofrece su cubierta de chapas; sumándose
entonces, generosas donaciones de colchones, mantas y otras cosas, de comercios
que divulgan así su generosa “firma”; o de igual manera los candidatos
políticos de turno, quienes aprovechan para mostrar sus dadivosos nombres. No
obstante, no se sabe el porqué, estas cosas, pasado el operativo, desaparecen,
sin destino conocido…
En cambio, estos seres
considerados para nosotros, no tienen que preocuparse, en el verano. El río
misericordioso, pero con la contaminación propia de la urbe rodeando su curso
legendario, ofrecerá su agua refrescante al cuerpo transpirado y maloliente;
para traer recuerdos de humedad feliz, de días pasados, de juegos de niño…
Sin embargo, anoche, les comento
que con la crecida del curso de agua, por tanta lluvia abundante, el torrente
se llevó a uno de mis amigos. Ésos, que como yo, suelen pernoctar bajo el
puente la mayor parte del año. ¡Pobre! Jamás supe algo de su existencia real…si
amó, si tuvo sueños.
¿Serán importantes para alguien
nuestras historias de marginación enclaustradas entre el cemento, la
intemperie, la alienación y la soledad promiscua?
Que un día crecimos soñando un
futuro que nunca llegaba; mientras la impotencia crispaba nuestras manos en
resignado destino…
Si hasta me he convencido, que no
merezco piedad alguna.
Que el corazón late y a veces,
quisiera que reviente.
¡Porque no soy nadie!
Y, es triste el lugar que aquí
ocupo.
Hasta puedo reírme de mí mismo,
cuando una ilusión aquieta mi mente…
Qué me queda, ¿si no?
Graciela María Casartelli. Unquillo, Sierras de Córdoba, Argentina
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Siempre habrá nieve altanera que
vista el monte de armiño y agua humilde que trabaje en la presa del molino.
León Felipe
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