Nuestro Dios
La
pelota viajó hacia el ángulo, el ángulo justo que forma el arco del magnífico
templo del Dios Apolo. Había salido con una comba perfecta, del sabio pie
izquierdo del Dios Maradona, pero bien lo dice en su inmensa sabiduría, el Dios
Tango: “nunca falta un buey corneta
cuando un pobre se divierte”.
Y el
buey corneta fue… el Dios negro Pelé. El Dios negro no había logrado
sobrellevar la enorme inquina que le profesaba al Dios Maradona. Desde ese
mundial donde el Diego -a pesar de ser un
Dios, me tomo el atrevimiento de llamarlo por su nombre de pila- porque,
sabemos que nunca fue arrogante, altanero, soberbio, escombrero, o bueno…
quizás un poco; más que Dios no ha sido algo vanidoso en su grandeza. Pero el
Diego nunca perdió su humildad, ni renegó de su origen. Digo, continuando: que
desde el mundial del noventa y cuatro, donde el Diego, después de hacerle el
gol a Grecia, le encajó la cara de frente al cameraman de la televisión y salió
esa imagen que decía bien claramente: “acá
los pobres del mundo, les estamos metiendo un palo en el traste y demostrando
al primer mundo la calidad que tenemos”.
Desde ese día, el Dios negro Pelé le tomó
inmensa y eterna tirria. Porque él era perfecto, no se drogaba, no puteaba, no
ofendía a los ricos, no molestaba al establishment. Y
fue por eso, que cuando el Dios Maradona impulsó la pelota, con ese chanfle
exquisito hacia el ángulo justo del templo del Dios Apolo. Ejecutando el envío
desde la cima de la Pirámide del Sol, en Teotihuacan, impulsándola con esa
exquisitez tan sólo propia de los genios. El Dios negro Pelé inspiró, hinchó su
negro pecho y sopló, sopló con toda su bronca contenida. El huracán originado
casi destruyó los templos griegos, y levantó por los aires el velo que cubría a
la Diosa Afrodita, mostrando su virginal desnudez.
Mas, no tuvo la fuerza necesaria para
desviar esa pelota que tenía… destino de red.
Enero 2008
Osvaldo Hueso. Morón, Buenos Aires,
Argentina
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Haz lo que puedas, con lo que
tengas, estés donde estés.
Theodore Roosevelt
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