-Buenos Aires, Argentina-
El solitario señor X
El señor X dejó atrás el sol de
diciembre al cerrar la puerta de la casa. Ahora y en tanto le duraran los
mandados no volvería a salir por lo que, el día o la noche, solo serían dibujos
de la vida reflejados en las ventanas.
El gato del señor X vino a su encuentro y
lo siguió con la cola erguida como un bastón. Cuando apoyó las bolsas sobre la
mesa el animal, subido en una silla, asomó la cabeza de colores. El señor X le
habló como si fuera una criatura y el animal respondió en su idioma. Acomodó
los mandados con la parsimonia del detalle. Cuando abrió el paquete con los
huevos se detuvo en leer los titulares del papel de diario que los contenía.
Luego hizo un bollo con el papel y lo arrojó al tacho de basura que bostezaba
en un rincón.
Eran lindos sus días iguales, iguales a
los del gato, sin nombres, todos iguales, sin compromisos que acotaran la
libertad.
Lástima que la señora de X no estaba más y
no alcanzó a conocer la dicha de los días iguales. Pensó qué lindo sería
despeinar a la señora de X con los dedos como insectos entre su cabellera
espesa. Ahora solo queda acariciar al gato. Pero el señor X no sufre, para ello
está Dios que sufre por todos nosotros.
También están los hijos que tuvieron con
la señora de X que intentan en el rato de las visitas sufrir por él y
aconsejarlo sobre los mejores métodos para envejecer. No saben que los años de
la vejez son libres e insubordinados y que de ellos se espera poco y nada. No
saben que la sociedad (o sí, saben) relega a los viejos a espacios vacíos de
vida. Al señor X no le interesa ser un hombre fuera de lugar, por el contrario,
le permite observar de manera más ecuánime el juego de la vida por la sola
razón de que no participa en el esfuerzo de dicho juego.
Ollas sucias, una canilla abierta, una luz
prendida de día o la heladera mal cerrada se convierten en razones, argumentos
que los hijos cruzarán por teléfono para reforzar la idea de que él no puede
estar solo. (Cosa que el señor X sostiene que no es cierta porque se halla
acompañado por el gato. A los hijos no les causan gracia sus ironías).
En el fondo lo que se impone para él es el
destierro: el geriátrico. Allí, acompañado por fantasmas, los propios y los
ajenos, estará bien, tendrá sus colaciones a horario, hablará con algún sordo,
ayudará a alguna renga y alguien se ocupará de que ingiera los remedios. ¡Un
paraíso en la Tierra !
El señor X abandona los pensamientos,
enciende la radio para escuchar la audición deportiva, olvida dar de comer al
gato, se le hierve el agua del mate, no oye el teléfono, está feliz de estar
solo.
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Lo que una vez disfrutamos, nunca lo perdemos. Todo lo que
amamos profundamente se convierte en parte de nosotros mismos.
Helen Keller
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Carlos, qué gusto encontrarte en este sitio tan cuidado.
ResponderEliminarCuando te leo quedo prendida del relato hasta el final; éste me parece estupendo dentro de su sencillez que tan bien lo viste.
Desde Rosario, va un abrazo.
Betty
Gracias por tu lectura, querida Betty
EliminarSaluditos, lo mejor para vos
Analía