-City Bell, provincia de Buenos Aires, Argentina-
Yo no cambio por nada mi día de la primavera de 1976. La
verdad que no. Y no me importa. Aunque puedan aparecer fotos amarillentas que
corroboren lo contrario. Yo estuve donde tenía que estar.
Tratando de ser sincero. Tratando de no mentirme.
¿Te acordás? Preparamos los bolsos y la canasta con fruta,
sanguchitos, la Seven-Up ,
el termo, galletitas y mate, la yerba, el mantel y repasadores, el destapador,
los cigarrillos y los fósforos. Y nos fuimos. Para El Rincón, nos fuimos.
Recuerdo vagamente el viaje en el 503. Sí, en cambio, es más
nítida la larga caminata por la calle que zigzagueaba como viborita, allá,
mucho más lejos del cañaveral, lejos, lejos, lejos del mundo.
“¿Dónde me trajiste?”, decías vos. Y nos reíamos y nos
peleábamos y caminábamos para allá, lejos, lejos… No importa ya si no fue así.
Importa cómo evoco ese día hoy.
Llegamos cansados. Y nos sentamos apoyando nuestras espaldas
contra un árbol. (¿Casuarina? ¿Eucalipto? ¿Espinillo?) Y fumamos. Y vos
hablabas y hablabas. “Nunca podés dejar de hablar”, te decía. Yo te decía eso.
Yo, que me encantaba escucharte, te decía, así, serio, te lo decía, y me reía
por dentro.
El sol aparecía por momentos. El sol estaba. No necesitábamos
sentirlo. Estaba. En nosotros estaba.
Encontramos un piso de baldositas verdes. Sólo el piso.
Seguramente donde antes hubo paredes y ventanas, un cuarto y una cocina,
quedaba eso, un piso irregular de baldositas verdes. Lo barrimos con una rama
del árbol (¿Casuarina, eucalipto…?) y con los pies y con las manos.
“¿Dónde me trajiste?”, repetías riendo y espantando los
mosquitos, imaginarios o no, y sacudiendo con las manos el polvo del vaquero.
Extendimos el mantel en el piso. “¿Querés mirar el cielo?”
Y ahora nuestras espaldas se apoyaban en el piso verde y nos
tomamos de la mano y miramos el cielo y las nubes del cielo que el viento
llevaba lejos, lejos, lejos.
Y ya no hablabas. Y yo te escuchaba. Y todo era silencio
(ahora que ya sé que el silencio es el mejor compañero de las palabras).
Por eso escribo, por eso intento escribir.
¿Sabés? Años después, no sé si en otra primavera, estaba
recostado sobre el pasto del jardín de mis viejos, otra vez, mirando el cielo y
las nubes que el viento llevaba lejos, lejos, y escribí, le escribí a esas
nubes que pasaban, que se iban, y me vi, en otros días, en otros parques y
plazas de sueños colectivos, tirado en el pasto mirando el cielo y las nubes,
pensando en un hermoso día de primavera de 1976, lejos, lejos, lejos del dolor
y los peligros del mundo.
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La belleza es muy superior al genio. No necesita
explicación.
Oscar Wilde
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La magia de un año, de un momento que no se repetirá...quizás, esa sola magia, dé sentido a nuestra existencia...
ResponderEliminarGracias por tu lectura, querida Graciela
EliminarMi cariño y mis mejores deseos
Analía
Mirar al cielo...acostado en el suelo
ResponderEliminartiene la magia de transportarnos
en el tiempo aferrado a la memoria
de nuestra historia......................
Aprecio tu lectura, querido Lao
EliminarSaludito cordial
Analía