-San Luis, Argentina-
A cargo
- Yo tengo que ir a la ciudad, y como el cabo Ledesma está
de licencia y el agente Benítez tiene largo tratamiento, lo dejo a cargo,
Leyva, pero cuidadito con que llegue a faltar algo –
- Vaya tranquilo, comisario. Cualquier cosa la anoto en el
cuaderno de novedades – dijo Leyva.
El comisario Pérez subió a su automóvil y partió, en tanto
que Leyva puso la pava para comenzar con la primera cebadura de la mañana.
No habría transcurrido una hora, cuando un móvil de Jefatura
se detuvo frente a la comisaría, del que descendió un oficial de alto rango de
la policía, acompañado de dos efectivos más.
Se presentó explicando a Leyva el objeto de la visita. Eran
inspecciones de rutina, de las que no se avisaba a las dependencias para
verificar si todo estaba en orden, conforme al reglamento, con los edificios
limpios y los muebles en buen estado de conservación.
- Quiero ver el
Inventario y el Libro de Guardia – manifestó el oficial, a lo que Leyva accedió
señalándole el armario donde se encontraba la documentación.
El oficial, algo sorprendido por el descomedimiento de Leyva
que indicó el sitio de guarda de los libros, pero no procedió a sacarlos y
entregarlos como requería el inspector, si bien había notado al llegar que el
efectivo no llevaba puesto el uniforme, cosa bastante frecuente en los
destacamentos de campaña, se puso serio e increpó a Leyva:
- ¿Cómo es posible que desconozca mi investidura, y no se
ponga inmediatamente a disposición del procedimiento? ¿Dónde está su uniforme?
¿Ud. se piensa que no voy a consignar esta anormalidad en el informe que
elevaré al Comisario Mayor que me ha asignado la misión?
- Después no se queje – siguió diciendo el oficial inspector
– si por ese informe su foja de servicios quede en condiciones de
imposibilitarle los próximos ascensos –
Leyva lo miró un rato, y no podía entender en qué lo
perjudicaría ese informe, ya que no era la primera vez que el comisario Pérez
le encomendaba el cuidado de la dependencia, y todos en el pueblo lo conocían
como para confiar en él, por lo que atinó a decir:
- Mire, señor, Ud. puede informar lo que quiera y revisar lo
que tenga necesidad, con la condición de que no se lleve nada, que es lo me
encargó el comisario Pérez. Yo no tengo nada que ver con la gestión oficial,
porque soy el preso y siempre que Don Pérez sale, me deja a cargo.
Medianoche
Estaba ahí, en una mesa. De a ratos firmaba autógrafos,
conversaba brevemente con quien se acercaba a saludarlo. Esperaba comenzar su
programa nocturno en la bodega.
De repente nos cruzamos en la mirada, y pareció extrañarle
que no me levantara a saludarlo, o al menos no expresara admiración por su
presencia.
El café estaba llegando a su fin, y el pocillo vacilaba en
la mano.
Imaginé lo que el circunstante significaba para la audiencia
del éter, y también me extrañó que no me hubiera conmovido su presencia.
Había escuchado algo de lo que irradiaba y sabía de sus
libros, pero un programa por una emisora con retransmisión nacional, ponía la
cuota de humor al mediodía cuando regresaba a casa a almorzar.
Supuse su extrañeza al cruzarse nuestras miradas, porque no
obtuvo el acto reverencial al que estaba acostumbrado. Sin embargo, en su
rostro no se denotó expresión alguna.
El reloj estaba presto a dar las 12 campanadas, cuando dejó
su lugar y se encaminó en dirección a la escalera que lo conducía a su mesa de
trabajo.
Afuera, la
Avenida de Mayo, ya tenía menor actividad, y en el Café
Tortoni, Dolina comenzó su programa radial.
Cuentos del libro Final de Sinfonía. Ediciones El Biguá,
San Luis, Argentina. Enero 2012
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El sabio es quien quiere asomar su cabeza al cielo; y el
loco es quien quiere meter el cielo en su cabeza.
Gilbert K. Chesterton
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