-La Plata ,
provincia de Buenos Aires, Argentina-
Había corrido entre los peñascos. Estaba jadeando.
Paró en la última piedra que le brindaba su subir.
Abajo, el abismo.
El viento soplaba cada vez más. Su pelaje se estremecía. Sus
astas se envergaban.
Observó la tierra. Batió con los cascos fuertemente. Miró
hacia atrás.
No había ya pasado, manada, recuerdos.
Contempló como por última vez, el bosque, las montañas. Y
abajo, muy abajo, un hilo de agua que corría.
El río en que tantas veces había bebido, no solo y sí
acompañado.
Trató como en un ensueño extraño, de recordar, aunque sea
en breve tiempo, un momento de felicidad:
Sintió el burbujear del agua batiendo entre las piedras.
Sus cascos humedecidos. Y a su alrededor, aquellos que habían sido sus
compañeros y sus fieles hembras, que a través de los años fueron mostrando
quién era él.
Sí… todo aquello no existía más.
Recordaba cierta vez en que el río había crecido
estrepitosamente y cargaba parte de los árboles de la costa, el crujir de las
maderas al quebrarse…
¡Cuántos recuerdos!
Pero ahora él era el último.
Habían sido perseguidos impiadosamente. No entendía el por
qué.
El ver caer a los suyos, uno a uno, lo dejó desesperado.
El enemigo no se mostraba.
La lucha era imposible. Las formas utilizadas eran infames
y mezquinas.
No aceptaba ser eliminado de la misma manera.
Sin objetivos, miró hacia el precipicio.
La vista se nublaba.
El viento soplaba con intensidad. Su pelaje parecía
encresparse. Sus patas no conseguían mantenerlo en equilibrio.
Se acomodó como para dar un salto.
Miró hacia el frente y entre las nubes apareció un rayo de
luna.
Aquella luna que tantas noches lo había iluminado…
No sentía miedo. Su jadeante respirar ya no existía.
Bajó el hocico a la tierra como queriendo absorber por
última vez el olor de lo húmedo.
Sus cascos brillaban, estaban mojados. Su pelo, pegado.
Lamióse las patas como teniendo conciencia de lo que era la
materia.
Miró hacia abajo y se lanzó al abismo. Mientras caía, su
cuerpo giraba, no se retorcía. Era un salto elegante; el último.
Camino a la muerte.
Camino a la libertad.
Y allá abajo quedó su cuerpo entero, extendido.
Parece una estatua, una imagen que al cerrarse el rayo de
la luna queda confundido entre las piedras como una mancha más…
De la Colección El Hablar de los Pensares
Tomado del sitio web del
autor:
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En el amor desinteresado de un animal, en el sacrificio de
sí mismo, hay algo que llega directamente al corazón del que con frecuencia ha
tenido ocasión de comprobar la amistad mezquina y la frágil fidelidad del
hombre natural.
Edgar Allan Poe
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Cuánto nos puede enseñar un ser al que consideramos simple y a veces hasta menospreciamos...hermoso relato
ResponderEliminarAprecio tu lectura, querida Graciela
EliminarMi cariño, lo mejor para vos
Analía