-Madrid, España-
La maestra
respira hondo y empieza la clase de una manera inusual: “Podría daros los
buenos días. Y sería correcto. E igual de correcto sería comenzar a explicar de
inmediato la primera lección de hoy.” La expectación de las niñas y niños
es total, se ha hecho el silencio y la clase se ha inmovilizado.
La
maestra se queda en un silencio que es más que pausa, les va mirando a los ojos
y luego: “Pero el día sólo será bueno si lo hacemos bueno. Por lo que os
propondré: Hagamos entre todos un buen día. ¿Quién nos cuenta algo grato que le
haya ocurrido? ¿O quién inventa una historia y la comparte? ¿Quién nos trae a
la memoria al abuelo que cuenta, o al contador de historias de la tribu, o a
Scherezade?”
Y con
el golpe de viento que entra por la ventana, la maestra tiene la sensación de
que parece haber llegado un duende que impulsa a contar cuando un niño, poco a
poco se incorpora, alza una mano, y, primero tenuemente, narra: “Había una
vez…”
La
maestra medita acerca de que hay muchos modos de hacer un regalo. Y llega a la
conclusión de que lo más importante es la intención que lleva a regalar; y que
lo segundo en importancia es la manera en que se regala. Que es determinante la
significación contenida en el acto, la trascendencia que puede apreciarse en la
acción de regalar y la que contiene el regalo como hecho mismo. Desea enseñar a
sus alumnos a regalar, por lo que decide que al día siguiente llegará muy
temprano y depositará un regalo en cada pupitre; para que cuando sus alumnos
entren hallen una hoja seca, de las de un amarillo o un naranja más intacto e
intenso -con suerte antes las recogerá incluso con unas pinceladas de rojo-:
unos colores que les recuerden a niñas y niños el sol en medio de un otoño tan
gris. Y entonces les expondrá que un regalo es, ante todo, el sentimiento que,
desde adentro de quien regala, toca con su luminosidad adentro a quien recibe
el regalo.
La
maestra se emociona al leer a sus alumnos el poema que en la infancia, en ese
mismo grado de primaria, su maestro le leyó a ella junto a todos los compañeros
de aquella clase. Los ojos se le nublan a la maestra, no tanto por el poema
como por el recuerdo. Sus alumnos se emocionan, no tanto por el poema, que es
ciertamente hermoso, como por la emoción que ha inundado de lágrimas los ojos
de su maestra. La maestra se siente obligada a explicar, aunque no para que la
crean: “Se me ha metido una basura en cada ojo”. “A nosotros
también.” -exclaman sus alumnos como un coro de poetas.
La
maestra se encuentra, durante el receso, frente a la pelea de dos niños por la
naranja descubierta en el suelo del patio. Y se asombra de la ferocidad con que
aquellos dos niños se disputan la naranja, porque sabe que, justo esos dos,
acaban de merendar. Reflexiona la maestra mientras los separa y toma la naranja
en una mano: “Podíais haber dividido la naranja” -les dice-. “La
mitad es mejor que pelear; o que perder después la naranja entera si no se
gana… ¿Y si le dan la naranja a quien esté más cerca y no haya merendado?” Se
hace un silencio de diminuta tragedia. “Bueno…” -le responden los dos,
dubitativos-. En ese instante, como si tuviera una varita mágica, la maestra
les regala a cada uno una mandarina, y les señala: “Y cada uno por la pelea,
no como un castigo sino como ampliación de conocimientos, investigará sobre las
lesiones y los fallecimientos por accidente”.
La
maestra escucha en clase la pregunta de uno de sus alumnos, interrogación a la
que luego se suman numerosas voces: “¿Qué fue primero: el huevo o la
gallina?” Sabe la maestra que debe elegir una de las respuestas que conoce,
pero duda, porque si se atiene a la pregunta misma al contestar aún quedaría lo
de: ¿Que fue antes: la gallina o el huevo de gallina? Podría contestar
en los dos casos que: “El huevo.” Pero aún permanecería en juego el
cuestionamiento hasta el infinito, por lo que además de preferir no herir
sensibilidades a tal edad promedio de sus alumnos, la maestra elige señalar
que: “El habla popular plantea este dilema, inquiriendo ‘¿el huevo o la
gallina’? para referirse a la inutilidad de preguntarse quién fue primero ya
que lo considera un círculo vicioso.” Y hace la maestra una pausa de
expectación para concluir: “La respuesta es, podría ser, tan obvia, que
insultaría vuestra inteligencia si os la ofreciera. Y si alguno no conoce cómo
podría contestarse, puede investigar. Por lo que cómo la pregunta suele tener
un sentido metafórico prefiero, pequeños gigantes, explicaros lo que es una
metáfora.”
Estos textos forman parte de
una serie de 14 cuentos publicados en Cuadernos
de las Gaviotas Nº 86, Cuentos de la
maestra / Breves e hiperbreves. Madrid / México D. F. / 2012. Colección
editada por CIINOE Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral
Escénica; COMOARTES Comunicación, Oralidad y Artes.
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Obedeced más a los que enseñan que a los que mandan.
Agustín de Hipona
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