domingo, 5 de julio de 2009

Ester Vallbona

-España-

Llueve


Pequeñas gotas, incesantes, silenciosas, golpean contra el suelo igual que los recuerdos lo hacen en mi mente ahora. Siempre me pasa. La lluvia de otoño es una bruja de ojos grises que me obliga a asomarme a su bola de cristal para traerme de vuelta los recuerdos que más duelen. No se conmueve por nada. Aunque le diga que no, que no quiero asomarme a ella, que no quiero mirar, no desiste. Una y otra vez acude presurosa a la cita, ya caiga lluvia fina o chaparrón, con su risa estruendosa y su bola desempolvada. Da igual que cierre los ojos con fuerza y niegue con la cabeza, la magia de su bola traspasa mis párpados y se cuela muy dentro.

No sé por qué lo hace, no sé por qué me busca. Le grito que se vuelva a sus cuentos, a buscar ingenuas princesas a las que martirizar, y me mira con esos ojos grises, conmovidos ligeramente o acaso tan sólo humedecidos por la lluvia, y sonríe en silencio. Quizá crea que ya la ha encontrado.


Pequeños placeres con los cinco sentidos

–Cierra los ojos y abre la boca –me susurra.
Desconfío. Sé que le gusta jugar y dudo un momento, sopesando la posibilidad de tener que lamentarlo. Sonrío, aprieto los labios y niego con la cabeza, como un niño travieso.
–Venga… –me insiste–. Si no pasa nada…
Cuando me mira con esos ojos de hechicera estoy en su poder, así que consiento. Cierro los ojos y me concentro en recordar la última imagen que me llevo de ella, esa sonrisa entre pícara y sensual que me transporta del cielo al infierno en apenas unos segundos. Sé que se acerca a mí. Es curioso cómo se acentúa el sentido del oído en cuanto dejamos de utilizar el de la vista. Noto su respiración muy cerca. Casi un jadeo. Intuyo que aproxima su boca y entreabro los labios, esperando los suyos… Entonces algo inesperado roza mi boca, algo de relieve granulado, pero de tacto suave. Me tenso por la sorpresa. Sé que no son sus labios. Conozco bien su textura y su sabor. Éste es dulce y a la vez algo ácido, silvestre, un sabor que se acentúa cuando ella introduce ese pequeño elemento perturbador en mi boca, ahora sí, ayudándose suavemente con su lengua. Ahora sé a qué juega. Me relajo. Me gusta. Me abandono a una explosión de sensaciones. Olores, sabores, tacto… todos mis sentidos funcionando a la vez, en plena ebullición. No quiero ceder a la tentación de masticar lo que empiezo a intuir que es, no quiero que el juego acabe todavía. Dulzones y calientes aromas se desprenden de esta pequeña fruta, que se diluye poco a poco, igual que el beso… Abro lentamente los ojos para mirarla. Me sonríe, está bellísima, y no puedo evitar buscar de nuevo sus labios, teñidos de un suave lila azulado, y borrar de ellos, con un beso, el sutil rastro de la mora.


Buen viaje

Como si de un sombrero se tratara, el viento se lleva hoy mi pensamiento muy lejos, en pos de ti, y tan rápido que resulta inútil que intente recuperarlo, me sería imposible alcanzarlo por más que tuviera las botas de siete leguas. Va en tu busca, lo sé, es cabezota como yo, y no cejará en su empeño hasta que te encuentre. Entonces mudará su forma y será invisible caricia, será perfume tibio o suave brisa. Luego regresará, acaso a lomos de otro viento, y traerá de vuelta un brillo mágico en sus ojos, profundamente conmovidos, y sabré que lo has reconocido, que me has reconocido, y has sonreído.


Sin tiempo

Hoy te escribo desde ningún lugar en concreto, en un día cualquiera, así que no voy a dignarme a procurarle a esta carta una estructura formal. ¿Para qué? Va a durar muy poco. Exactamente lo mismo que la anterior. Además, hace tiempo que desaparecieron los formalismos entre tú y yo. Hace tiempo que las palabras y los gestos se despojaron de sus ropajes y dejaron de significar lo que esperábamos de ellos.
Quizá fue ése mi error, consentir que fueran diluyéndose hasta dejar en desuso nuestro lenguaje secreto.
Por desgracia, no supe ver a tiempo las señales en tus ojos, no supe leer en ellos una huida desesperada hacia ninguna parte o hacia cualquier lugar, pero lejos de mí.
Quizá entonces hubiera estado a tiempo de hacer algo, y ahora no estaría escribiéndome esta ridícula misiva; porque sí, en realidad es para mí. Jamás podrá llegarte. Porque un día decidiste dejar de ser mi puerto y abandonaste el faro que guiaba mis oscuras brumas. Así, simplemente, sin acuse de recibo, renunciaste a su cuidado y su luz se fue apagando poco a poco, sin importarte que me hiciera añicos contra la roca al acercarme a ciegas.
Y ahora te escribo, me escribo, desde esta isla baldía, sin amarre, pero debo apurarme. Ya viene, ya la veo acercarse, apenas unos segundos… No falta a su cita. Cada minuto exacto llega esa ola, inusualmente intensa, para llevarse mis palabras, aún calientes, inacabadas, y borrar de la arena, una y otra vez, todo rastro de…

Hoy te escribo desde ningún lugar en concreto, en un día cualquiera…

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Si los que hablan mal de mí supieran exactamente lo que yo pienso de ellos, hablarían peor.
Sacha Guitry

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6 comentarios:

  1. Ester tus escritos tienen una melodía atrapante y hacen desear que nunca acaben.
    Julio R. Hernández

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  2. Gracias por tus palabras, querido Julio.
    Es placentero leer a Ester y además, compartir sus textos con los lectores de la revista con voz propia.
    Un saludo cordial
    Analía

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  3. Me gustó mucho el primer cuento.

    Joan

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  4. Gracias por tus palabras, querido Joan.
    Ese cuento al cual te referís tiene un giro parecido a tus textos, verdad?
    Un abrazo
    Analía

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  5. Muchas gracias, amigos, por leerme, y especialmente a Analía por hacerles llegar mis textos.
    Un abrazo cordial

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  6. Querida Ester:
    Gracias a vos por permitirme contar con tus textos en esta revista literaria.
    Un saludo cordial
    Analía

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