sábado, 7 de febrero de 2009

José Diez

-Andalucía, España-

El pianista de blues

Era pianista. El pianista era especialista en blues, y le habían contratado, precisamente por eso, en aquel piano-bar. En aquel local sólo se refugiaban parejas y personas solitarias que querían ponerle un ritmo a sus atribuladas vidas. Los clientes también parecían contratados, pues eran fieles a la cita de cada noche, siempre los mismos. Que nadie pensara que en aquel lugar iba a encontrar música para bailar, así que los que allí entraban sabían lo que iban a encontrar: la música apropiada para gente abrumada por sus pesares, muchas veces fatalistas, también personas de natural introvertidos, incapaces de abrirse a ninguna extroversión festiva. Al propietario le iba bien el negocio y daba lo que los clientes pedían. La música que tocaba el pianista era el mayor atractivo de aquel lugar, quizá mejor decir su único atractivo para convocar a sus peculiares clientes.
Nadie se imaginó que aquella noche sería diferente. El local, iluminado con luz tenue, convertía a los clientes en seres anónimos. La posición de las mesas también ayudaba a tener la sensación de disfrutar de un lugar íntimo. Permitían dos asientos como máximo y estaban separadas por mamparas. Los clientes permanecían silenciosos, no hablaban ni susurrando, sólo rumiaban sus desdichas a ritmo de blue. Los empleados parecían ir de puntillas llevando las bebidas. Al fondo del local había un estrado levantado medio metro del suelo, y sobre él un gran piano de cola que parecía llenar en solitario la escena. Todos, de alguna forma más o menos impacientes, esperaban aparecer al pianista, que solía llegar cuando la sala ya estaba completa y en silencio. Aquella noche se retrasó y comenzaron a inquietarse. Nadie preguntó qué le había sucedido al pianista. A medida que el retraso era mayor, bebían de forma convulsa, como para ayudarse a quitar un nudo en la garganta. Les faltaba, sin duda, aquel ritmo que mecía sus atribuladas almas.
Al fin, un hombre vestido de pantalón negro, camisa blanca con chorrera vertical desde el cuello hasta la cintura y un lazo negro en lugar de corbata, cruzó en dirección al estrado. Subió los tres peldaños para alcanzar la plataforma y se sentó ante el piano. Todos los ojos, ahora, desconectaron de sus tormentosos mundos interiores y posaron las miradas anhelantes en el pianista. Éste se frotó las manos para desentumecer los dedos, y sonó una melodía. Los clientes se movieron inquietos en sus asientos. Aquella música no era la que ellos esperaban. Los sonidos, en esta ocasión, más parecían querer expresar que la vida era alegría, el amor placer, una invitación a mover el cuerpo y nada para el alma de aquel público especial. ¿Por qué aquella noche el pianista no estaba con sus fieles oyentes? ¿Por qué invitarlos a abandonar sus queridas penas? Vaciaban las copas y pedían con un gesto que las volvieran a llenar. Del habitual silencio se pasó a la brumosa insatisfacción de los comentarios.
Así discurría la atípica velada, cuando se hizo un silencio repentino. Todos quedaron atónitos, paralizados por lo que estaban viendo. Una mujer había subido al estrado, y dirigiéndose al pianista por su espalda, le había clavado un cuchillo hasta la empuñadura. Luego, aquella mujer se volvió, y con voz casi ahogada por las lágrimas, sólo dijo: Lo siento, no pude soportar que se burlara de mis sentimientos.

……….……….Texto tomado de http://www.josediez.com/

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Quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mis opiniones.
Jorge Luis Borges


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3 comentarios:

  1. hola ANALIA
    MUY BUENO EL MATERIAL,
    ME ENCANTÓ
    CARIÑOS
    ANAHI D. BEZOZ

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  2. Que relato ¡
    Me ha gustado mucho, es bastante diferente a lo común, con muy buen final.
    Y la revista está quedando súper bien.

    Laura Zúñiga
    (MEXICO DF)

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  3. Gracias queridas Anahí y Laura.
    Sí... es un cuento bien narrado y con un final muy bien logrado.
    Y les agradezco sus palabras referidas a la revista, muchas gracias.
    Un abrazo
    Analía

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