lunes, 10 de junio de 2024

L. E. Torres

Relato de las inconsciencias 

Mariposas y libélulas 
cubren las languideces trémulas de la mañana… 

Y yo me veo por allá en difusas lontananzas, 
un poco muerto bajo los fríos cristales de lo ignoto, 
un poco muerto o un poco libre
de esa vida que se llora a sí misma 
y que se vierte -cual lluvia enlutada- 
sobre sus mediodías más lejanos. 

Y mientras se empoza la noche 
en las ojeras del cansancio 
y en la negrura de las rocas, 
los reflejos argénteos de lo perverso
se alargan y se contraen en las corrientes lentas, 
como los tiempos y las pasiones y las luciérnagas 
que se ocultan tras los ojos obnubilados 
por las sombras rupestres y furtivas 
de una cueva que recuerda el vientre frío 
de la ausencia del amor. 

Y afuera, detrás de las grandes ventanas, 
más allá de las costas, de las selvas, de los vientos, 
al otro lado del eterno domingo soleado 
que en su horizonte imposible nos exhibe a todos nosotros, 
dormidos, frágiles, enmudecidos, 
enternecidos bajo mantas de manos cálidas…
 
-¡Por favor, no nos llamen aún!-, 
grito yo y el mundo, 
el mundo afligido que se encuentra postrado 
sobre mis lacerados hombros. 
-¡Todavía no queremos nacer! 
¡Queremos seguir lamiendo los topacios 
de este duro vientre mientras el sauce seco de lo real 
se desmorona en aludes de eclipses de rubí 
y de gestos hórridos que nos espantan 
sin siquiera mirarlos, sin siquiera tocar 
esos pétalos ajados de pensares inconclusos… 
¡Por favor, no nos llamen aún! 

El rocío de las alburas que entristecen, 
ungen las sienes de las caléndulas agónicas… 
¡Cómo brotan algunas veces en un instante
mil vidas mortinatas!, 
al tiempo que madre preludia el crepúsculo 
con los ricos vapores del arroz, 
al tiempo que madre custodia, exhausta y melancólica, 
el sueño insondable de las hermanas… 

Pero las manos ardientes de unos amantes 
encrespan las aguas que suben a la hondura del cielo, 
como miradas que añoran la desvanecida bonanza. 
Las alburas que entristecen desean suicidarse 
en el sexo fragante del mundo, 
del mundo extinguido que llevo a cuestas, en mi lomo, 
del mundo que es mi hermano más triste. 

-¡Oh Rómulo!, 
ya van cayendo los lirios negros, 
ya nuestro anhelo es más grande 
que éste nuestro pétreo hogar; 
ya esta loba enjuta está muriendo 
a fuerza de librarnos de sus cruentas fauces. 
¡Salgamos de este sepulcro como dos Lázaros implumes! 
¡Quememos nuestros tiernos ojos con el resol! 
¡Saciemos nuestra sed con lo más vaporoso de la perversión! 
¡Que de entre lo profundo de nuestro halo umbrío 
broten las verdades que nos trasmitieron los topacios! 
¡Cocinemos pescado en las riberas del río del tiempo! 
Madre es buena y, aunque estamos desarraigados, 
ella nos dará un poco de arroz… 
-¡Oh cómo duermen impávidas las hermanas! 
¡Abre los brazos vida! 
¡Tus brazos de luengas alboradas! 
¡Enséñanos a leer y a escribir! 
¡Danos la virtud del trabajo!, 
pues estuvimos muchos días en la oscuridad. 
¡Ay! Tan sólo queremos dar 
nuestros primeros pasos bajo el ala nefasta de tu indiferencia!… 
¡Oh, mirad, Rómulo, hermano de silencio contristado!,
mirad cómo esas mariposas y esas libélulas
amortajan las languideces yertas de la mañana. 
Seguramente ya nadie, allá afuera en los abismos,
Nos llama… 

29/03/2015 

L. E. Torres 
Colombia

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