Escucho, tomo nota y aprendo,
o trato de aprender…
Lo escucho leer sus poemas y parece
que leyera un relato, una historia cualquiera,
un aviso, un folleto, suena convencional, pero no lo es.
Escucho en silencio, sin pensar en nada,
sin distraerme y surge la pregunta:
¿Cómo lo hace?
porque mis oídos y mi cerebro se dan cuenta
que hay algo más que palabras y letras.
Vuelvo sobre el papel e intento,
sí, intento sin conseguirlo, sin lograr
ese resultado que combina pasión y sabiduría.
Vuelvo sobre las notas y pienso en la primera línea del poema:
“Escucho, tomo nota y aprendo…”
Entonces surge de algún lado una avalancha,
una catarata de ideas que desborda,
como si fuera un foco de luz,
una breve claridad, un vacío que succiona,
que absorbe todo y donde todo deja de ser realidad.
Entonces vuelvo a leer el poema.
Vuelvo sobre las palabras y me doy cuenta,
como si fuera una revelación, mi mente
explota entonces despertando
y ante mí aparece el elemento esencial
que me susurra al oído:
“sé tú mismo”.
Tomo el lápiz y garabateo deficientemente
una idea, un esbozo, algo que pretende
tener sentido.
Un nacimiento.
Pretendo que sea el comienzo
escribiendo este poema que empieza:
“Escucho, tomo nota y aprendo”.
El espejo
Hoy regreso al espejo
atravesando campos enteros, desiertos.
Le preguntaría, por ejemplo, cómo sería volver,
recorrer las pisadas que otros dieron,
dejándolas abandonadas, tiradas al sol.
Regresar no es claudicar, es solo volver
sobre los pasos olvidados.
Es reencontrarse tal vez con uno mismo,
con las cosas amontonadas en viejos baúles
que a veces resisten ese olvido, como volver al espejo
y revolver en los papeles, recuerdos de otros tiempos.
Hoy regreso al espejo.
Hoy regreso para empezar de nuevo.
La pura realidad
Comienzo esto diciendo:
“la realidad es frágil,
endeble”, una línea muerta
que no resiste ninguna prueba,
simplemente porque no está ahí.
Existe porque hay otros puntos de vista
que la entienden.
Es como un corredor plagado de puertas,
puertas quietas de madera vieja,
que esperan ser descubiertas.
Siempre estuvieron ahí.
Solo debemos elegir una y abrirla.
Al traspasarla, la realidad cambia
ya no es la misma, es otra cosa,
es el jardín de otra casa, ubicada
en la misma cuadra, en el mismo barrio.
Entonces digo: “la realidad es frágil”.
La realidad es cambiante, atravesada
de simientes que florecen, crecen y remontan vuelo.
La realidad es un sueño sujeto a estudio, contra todo resultado,
ella espera paciente tras cada puerta. Solo espera, atenta
a que otro la cruce, la traspase inconsciente,
dubitativo, casi al borde de la locura.
Solos, sin testigos, como en un sueño
vívido, tanto que vamos a creer que ésa
es la pura realidad.
Historias
Los ladrillos de las casas viejas,
desamparados, trágicos escombros
esconden nombres sagrados,
objetos preciosos, preciados,
nombres rutinariamente olvidados
omitidos, negados.
Exiliados de la memoria
comparten espacio con el olvido,
antiguos amos que se retuercen
en los recuerdos de los indignos.
Las viejas paredes guardan silencios,
rostros contraídos, mohines.
Guardan sonrisas anónimas por buenas noticias,
lágrimas que corren mansas de penas antiguas.
Las paredes contienen, retienen y a veces sostienen
gritos mudos de desesperación,
manos pintadas como signos, que acarician
torneadas trenzas que caen en los hombros, tersas.
En definitiva las viejas paredes guardan
inocentes suspiros,
ojos encendidos que disparan
sutiles caricias que los amantes guardan.
Nota del autor: Poemas leídos en público el 15 de noviembre pasado.
Rubén Pérez Hernández
Uruguay
Pequeños descubrimientos, bien presentados. Y las casas, tema recurrente en mí, coincide en que los recuerdos, las mínimas marcas remueven años y vivencias. Muy bueno
ResponderEliminarMuchas gracias por tu lectura y tus apreciaciones, Haidé.
EliminarMi abrazo