La tierra se mueve,
la tierra protesta,
estalla en recuerdos
sellados por años
en cuerpos y almas,
cuerpos mutilados
guardando sus penas.
No hay piedra bendita
hay rezo, hay llanto
que hondo se queja,
pide utopías,
justicia severa
para aquellas manos
tan llenas de sangre
de los victimarios
de sonrisa eterna.
La tierra se abre
ofrece la roca,
ofrenda de ofrendas,
por cada alma trunca,
desgarrados cuerpos
yacientes, sin nombres,
trascienden lo oculto,
son simiente alerta,
dolor del pasado
y sombrío futuro
si impera la inercia…
Prometeo
Todos alguna vez deseamos
robar el fuego al cielo,
la luz a los ojos,
el rayo a la tormenta,
y forjar el Golem.
Robar también
al vientre de la madre
la dicha de ser fértil.
Robar al Amor
la dicha del encuentro.
Alguna vez moldeamos barro,
y somos los dioses.
Pero como un suspiro
se escabulle de nuestro arte
el aliento de la vida.
Alguna vez el Golem,
como un buitre,
devorará nuestras entrañas.
Y clamaremos perdón.
Y nos será concedido.
Quizá ese día comencemos
nuestro verdadero trabajo.
Mi sombra y yo
Mi sombra me asombra,
mi fiel compañera,
dragón que me asusta
en noches de vela,
persigue y persigue
sin darme ya tregua.
¿Será por las malas?,
¿será por las buenas?
Soy yo y mi sombra
de sol calcinada,
quedó recortada
pequeña y tan negra
y en tardes azules,
larga y quijotesca.
No sé si perderla,
mi oscura conciencia.
Presencia que dice
mi yerro y mi pena.
Mas si la perdiera,
desnuda y partida,
yo sería sombra
de mi propia sombra
y en la arena hundida,
ni sombra ni pena.
Aún cargo en mis hombros
nostalgia de sombra,
no me siento entera
si ella no siguiera
mis pasos, mi vida,
mi corta carrera.
Y yo seré nadie
cuando no la tenga.
Haidé Daiban
Buenos Aires, Argentina
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