lunes, 10 de octubre de 2022

Osvaldo Hueso

No, me dijeron los hados… 

Esa noche, alejándome por el oscuro pasadizo de ese viejo recinto perdido en el tiempo y espacio de la antigua ciudad de UR, recorrí los márgenes sus ríos Éufrates y Tigris que la rodeaban, sin saber, ni recordar, como pasé de un extremo a otro. La imagen etérea de ella me perseguía en mis rotas noches en Buenos Aires, en la recova del Once, en la plaza de las palomas, y en los campanarios de las viejas iglesias, donde los infieles fieles, despliegan su hipocresía en cada rincón de sus almas. Tampoco supe cómo volví atrás y estoy ahora en el pasadizo que describí al principio. 
-Estoy aquí -me dijo. 
Miré y la vi, total; con su piel casi transparente iluminada por un halo que ceñía su cuerpo. Su piel, al tocarla, era suave, tersa, firme, como sus senos que mis manos recorrían ahora, urgiendo sus oscuros botones, mientras sus ojos respirando sus ansias, fijamente me miraban. ¡No! me dijeron los hados, lo imaginas, no existe, un sueño irrealizable, un albur, una premonición tonta que le escuchaste a esa barata pitonisa del viejo Retiro. ¡No estás ahí! 
Las divinidades no soportaban que un viajero del tiempo, intentara amar a su Diosa, virgen inmaculada, y ahora tensa, esperando que mis manos recorrieran el camino deseado, el camino que los dioses le negaban. 
Sentí que debía amarla, terminar con su espera, envolvernos en el tiempo imposible de descifrar, en el tiempo que deseábamos transcurriera eternamente… inmersos en el fragor de su celo y el espacio que nos consumía… 


Osvaldo Hueso 
Morón, Buenos Aires, Argentina

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