La muchacha escribía como una autómata en la libreta del libro de prácticas. Su mente volaba y su alma también traspasando moléculas del tiempo presente. Concentrada en las palabras que emergían como un río sin cauce. Estaba lejos de allí, envuelta en espacios inconmensurables y desconocidos para el conocimiento humano. Dos palabras la dejaron completamente anonadada: fantasma, era una de ellas; la segunda: pasión. Los sonidos externos se estrellaban y caían como soldaditos de juguete, sin lograr interrumpir la concentración de la joven. De repente, dejó de escribir, como si su alma y esta vez su cuerpo, se hubieran transportado a otro tiempo. A la joven repentinamente le subieron los colores a las mejillas. Cuando su mente, cuerpo y alma volvieron, ya estaba todo escrito así como en el papel, en el tiempo.
Año 2018
La muchacha prende la radio vieja. Escucha hablar al locutor. La respiración se detiene. La voz del locutor mareaba a la muchacha que enloquecida no puede creer lo que está pasando. No, no va a escucharlo. Apaga la radio en un impulso violento. La joven continúa enloquecida, los ojos abiertos como platos, el corazón palpitando exultante parecía contar con la complicidad del repentino viento que se levantó asustando a los pobladores del pueblo costero. El corazón vuelve a ganar templanza. Su pareja aparece y le pregunta porque apagó la radio. Le contesta que no tenía ganas de escucharlo. La mujer aparenta frialdad, o tal vez en ese momento ya anticipaba el instante de una separación anunciada. No lo mira a los ojos. No entiende por qué, ese otro, se empeña en volver como un fantasma, a través de la radio. El viento súbitamente para y arranca de vuelta.
Año 2019
Levanta la vista del celular nerviosa. Su vista se posa en su valija que portaba todas sus cosas. Era hora de volverse a casa. La relación no había funcionado y lo sabía. No había tiempo para recriminarse eso ahora. Sus ojos se abren de par en par. Desde el asiento de la terminal de micro no puede creer lo que está viendo. La publicidad del micro, el escudo de tres colores de una bandera flamea como una burla del destino. La mano se apoya sobre la mejilla derecha en señal de incertidumbre; con la otra se rasca la pierna izquierda lentamente. Los gritos que provienen alrededor de ella no parecen alterarla en su ánimo. Observa al micro con atención hasta que se va. Una mueca de extrañeza surca su rostro. Los ojos color café de la muchacha miran el frente como queriendo entender la señal. Otra vez, el fantasma o el monstruo de alguna mala película se empeña como un antihéroe en volver, en revolverle ese recuerdo que no se muere nunca.
Tiempo interestelar
Los ojos de la muchacha se expanden a pesar de escribir como una autómata en la libreta de prácticas. Su mente volaba y su alma también traspasando moléculas del tiempo presente. Algunas veces ve la oscuridad por un segundo en la extensa línea que divide el velo del cielo. Su alma pestañea por un segundo. Él respira. Fue un resplandor, entonces lo ve entre la penumbra que oscila en la oscuridad. A través del resplandor se dibuja la figura de un hombre tal cual como era en la tierra. Resplandece como un sol que no ha cesado de buscar a la luna, y que ahora, ya no sabe qué hacer con el antiguo deseo tan gastado y aquiescente. Con un leve movimiento, el espíritu de la muchacha se acerca hacia la figura del hombre escoltada por sonidos celestiales. La unión queda sellada en el espacio tiempo del cielo.
Noemí González
Adrogué, Gran Buenos Aires, Argentina
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