lunes, 10 de octubre de 2022

Luis Benítez

Un picnic en ninguna parte 

Recién al tercer día 
de comenzar mis vacaciones 
me quité cuidadosamente la máscara. 
Miré en todas direcciones 
antes de hacerlo, 
por si alguno estaba allí. 
El que verdaderamente soy me saludó agitando
su mano izquierda 
porque su mundo es como un espejo. 
Vacilé antes de hacerlo
y todavía aquí, con la mano derecha 
correspondí a su gentileza anual. 
No tuve tiempo de corregirme. 
Su gentileza fue simular, como otras tantas veces, 
desde hace años, que no había notado eso. 
¿Estás bien?, dijo sonriendo, 
¿qué tal las cosas todo este tiempo? agregó, 
como si un picnic en ninguna parte nos hubiese reunido. 
Ya ves, como hace décadas, repuse, 
trabajando y soportándolo todo 
para que sigas viviendo. 
Gracias, fue todo lo que él dijo entonces, 
y luego de dar media vuelta lo pensó mejor 
y sumó a lo anterior: 
faltan todos esos años que tú conoces
para que dejes de tener que soportar a los extraños 
y podamos estar juntos para siempre. 
Cuando llegue ese momento: 
¿tú vendrás? 
Si es posible, allí nos quedaremos juntos, 
repliqué. 
¿Para siempre?, insistió. 
Si eso es posible, así será, 
fue lo único que pude contestar. 
Dejó de sonreír, yo lo vi, 
aunque su último gesto 
intentó disimularlo 
Y se perdió en la arboleda de ninguna parte, 
donde para la misma fecha, el año que viene, 
intentaré encontrarlo. 


Vodka del atardecer 

Esa única moneda, de oro tan viejo, 
se derrite pausadamente 
sobre el horizonte 
(como de costumbre) desesperando
de cuanto sucedió en el día. 
Y en el vaso Stolichnaya 
tan insípida, inodora y venida 
del otro lado del mundo 
refleja como un espejo 
su amargor final, metáfora 
de cuanto más allá de mi mano nos rodea. 
Me trago el mundo 
y en su sabor nada es una sorpresa:
¿pero cómo cada tarde no confirmar, por las dudas, 
que ninguna cosa ha sido todavía del todo destruida? 
La precaución obliga a los labios a comprobarlo, 
la lengua asegura que la oscuridad que viene 
será solamente momentánea, 
pero el estómago rebelde siente caer 
el peso de cuanto está más allá, tan frágil, 
tan falto de cualquier certeza 
como siempre. 


La ingenua 

Ella creía que la reflejaban los espejos 
que era esos dedos que hurgaban en el rostro 
las lentas mutaciones 
que era su pulóver sus zapatos 
lo que recordaba y lo olvidado 
que era una guirnalda detrás suyo
que era su cabeza
que era sus amigas sus trabajos 
un hombre en una esquina. Una mañana. 
Las casas que habitó sus cuatro barrios 
que era las que era tras el portón borroso de los sueños
que alcanzaba para ella el gentilicio 
y la historia de un país incierto 
el hambre la sed 
o lo que amaba 


Último poema tomado de https://www.poemas-del-alma.com 
Luis Benítez 
Buenos Aires, Argentina

2 comentarios:

Muchas gracias por pasar por aquí.
Deseo hayas disfrutado de los textos y autores que he seleccionado para esta revista literaria digital.
Recibe mis cordiales saludos y mis mejores deseos.
Analía Pascaner