sábado, 9 de abril de 2022

Osvaldo Hueso

La muerte decide la vida… 

Es así, aunque usted no lo crea; mire, sé lo que le digo. Me costó comprenderlo pero, primero una evidencia, después otra, hasta que uno termina por entenderlo y aceptarlo, aunque no le sirva para nada. Yo estaba parado esperando el colectivo. No tenía ni idea qué hacer esa tarde, ni adónde ir, nada, nada, absolutamente nada. Son esos días en que a mí, o a usted, también puede pasarle, no sabe ni para qué está en el mundo. Nunca le pasó, mejor, siga así, si lo disfruta. Sí, el colectivo no llegaba. No, no era el 157 que usted dice, pero, podría haber sido el que yo tomara, me daba lo mismo. Fue cuando llegó el que yo esperaba, que sucedió. El chico estaba parado al lado mío. No, no lo había visto pero, el colectivo giró y lo aplastó contra el poste de la parada. La ambulancia lo cargó, tenía el pecho hundido y la cabeza destrozada. Me fui y caminé para cualquier lado. Cuando lo dejé apoyar en el poste de la parada donde yo estaba cómodamente instalado, después de caminar diez cuadras para despabilarme un poco, lo vi venir tambaleando y me dijo, no me siento bien; no me imaginé al dejarle mi cómoda posición apoyado en el poste, mientras esperaba el colectivo, lo que pasó después. Mi muerte era aplastado contra ese poste, pero seguí viviendo. No, no me asusté ni me impresioné. Dije, soy un tipo de suerte y seguí adelante con mi vida y mi trabajo. De qué trabajo; hago cualquier cosa para ganarme un mango. Corto el pasto, arreglo jardines, lavo autos en la calle, pinto paredes, lo que venga, soy un sobreviviente, como la canción de Víctor Heredia; eso digo, un perdedor. Una semana después, un amigo me pidió que lo acompañara a la costa, tenía un trabajo de carpintería; sí, dale, voy. No, no sé nada de carpintería pero ya le dije, cualquier cosa que me deje un mango. Tomamos el micro a las once de la noche, y a las seis de la mañana estábamos en Mar del Plata. Lo acompañé a comprar materiales y comida. Lo ayudé como mejor pude, todo lo que daban mis fuerzas, y cinco días después, terminamos el trabajo. Nos quedamos un día más disfrutando de la playa, el mar y el sol. Fuimos a la terminal y tomamos el micro de vuelta. A mí me gusta la ventanilla. Sí, a mi amigo también, pero me la dejó por un rato mientras él dormitaba. Cuando me cansé de ver pasar alambrados y girasoles, y de pensar en lo innecesario de mi vida, lo desperté y le dejé el lugar a él; yo me pasé al lado del pasillo y me fui adormeciendo. Me desperté y estaba en el piso del micro, gente gritando por todos lados y bolsos por todas partes. Cuando empecé a moverme debajo de un tipo encima de mí, sangrando por la boca y recuperé la conciencia, mi amigo estaba del lado de la ventanilla, encajada la cabeza con una viga que lo atravesaba contra el asiento. La viga era de un camión que trasportaba materiales de construcción para la costa. Después sí, me llevaron a un hospital, me curaron y me despacharon en otro micro. Hubo algunos heridos; no, no fue un choque muy importante, el camión se cruzó. No sé si el chofer se durmió, eso debe estar todavía en averiguaciones, el golpe despidió la viga. Me impresionó, yo debía estar del lado de la ventanilla. Algunos otros accidentes menores que tenían que pasarme y no me pasaban. Hasta que un día, paseando, esperando que mi suerte cambiara y me ganara el quini o la lotería; un balcón de los tantos viejos, derruidos, que hay por San Telmo, se cayó ni bien yo pasé por debajo y aplastó a una señora que caminaba detrás de mí. Entonces terminé por aceptarlo. Mire, yo le dije cuando me pidió que lo ayudara a cruzar la calle y comenzamos esta charla. La muerte decide la vida; nos regala un espacio de tiempo, que vivimos cada uno como mejor o peor le va, y si ella quiere, usted se va salvando de la muerte que tenía que tocarle y la decide para otros. Sé que nos tiene que tocar, a lo mejor ya viejo y estropeado en un geriátrico, o dentro de un rato; mientras tanto sigo adelante, esperando que la muerte siga llevándose a otros, y me convierta en el primer inmortal… Espere, espere, cruzamos juntos; sí, tomados del brazo, permítame, como buenos amigos, lo considero así, después de todo lo que me escuchó. Quiere cruzar solo, se cansó de escucharme, tiene razón, bueno amigo, adiós… 
…escuché el frenazo del camión, el tipo estaba aplastado bajo las ruedas. 

Enero 2022 
Osvaldo Hueso 
Morón, Buenos Aires, Argentina

3 comentarios:

  1. Un cuento increíble, muy bien llevado, que se vale del monólogo con un interlocutor silencioso para expresarse (tal vez el propio lector) y destaca, no exento de ironía, esas eventualidades a las que está sujeta la condición humana. Gracias.

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  2. Muchas gracias por tus conceptos Lina. Saludos

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