sábado, 9 de abril de 2022

Adriano de San Martín

11. 

La ciudad se armoniza en síncopa cual enorme balalaika 
con un sonido melancólico y triste que sintetiza el alma 
candorosa y violenta de millones de campesinos o mujiks. 

Una tristeza acompasada por tres cuerdas que recuerdan 
una peña de mujeres y hombres frente a la isba festiva 
de cualquier aldea en el centro de la Madrecita Rusia, 
a la orilla del Volga o del silencioso Don, con cantos de siega 
y danzas de Barynnya (¡casera, casera, señora, patrona!) 
un tibio verano envuelto por el sonrojado sol del atardecer. 


14. 

Juego con las palabras de las altas nubes, con surtidores 
y fuentes, con los versos de Puschkin echado sobre la hierba 
del Jardín del Verano tal y como el poeta solía hacerlo. Intento 
una nueva poesía no lograda aún por Amniensky, Jléknikov, 
Gumiliov, ni todos los experimentadores de la ruptura, ni los / futuristas, 
mucho menos los torpederos que aprendieron a negar afirmando / Da, Da. 

Las calles de San Piter se colman de otra luz mucho más 
impresionista que el tenue resplandor de las noches blancas. 

Cumplo entonces los recorridos de La Nariz y El Capote 
por la Perspectiva Nevsky, sigo los pasos de Dostoyevsky 
por el Moika hasta la Fontanka pasando por el puente de Anichkov 
para continuar con el itinerario de Raskólnikov y las diatribas 
de los Karamazov. Me acomodo en la sala de La Danza de Matisse 
(un solo tono no es más que color; dos tonos son un acorde, son / vida) 
donde todo vuelve al círculo originario del eterno retorno con los / cinco 
danzantes flotando en un nivel simple, explicable solo por la / sencillez 
de sus contornos cual semillas que se sustituyen en rosa, azul / ultramarino 
y verde esmeralda, potenciando la energía germinativa para crecer 
y regresar ineluctablemente. Y luego La Música, esos colores / propios 
de la cerámica persa, con azules, verdes y rojos puros, donde dos / músicos 
tocan y tres cantan una melodía infinita que se congela / eternizándose
en el aire. Allí tejo y destejo el tiempo jugando ajedrez o / ensoñando 
con La familia del pintor transmutada en La mesa servida con toda 
la intensidad de su armonía en rojo. Termino en una taberna, en un / Pibnoi Bar, 
platicando con excombatientes de Afganistán quienes lloran a sus / compañeros 
muertos por su propia artillería: aquello hermano es una carnicería / porque 
nadie desea combatir si no es drogado o achispado, y nuestros / oficiales 
ya no marchan al frente, sino que ordenan desde el confort de la / retaguardia. 
O con ancianos héroes de la Gran Guerra Patria quienes convidan al / pescado seco 
y al vodka en submarino cervecero. O en una calle almidonada por / la luz 
del atardecer. O en las playas de la Petropavlost Krepost donde cae / el sol escarlata 
como la caballería de Malevich sobre la tibia placidez de los / torrentes del Neva. 


Poemas del libro del autor: Leningrad, San José, 2020 
Adriano de San Martín 
San Carlos, Costa Rica 

4 comentarios:

  1. Colmados de música, colores, reminiscencias de otros autores, lugares y ciertas circunstancias, estos poemas nos introducen en un torbellino de imágenes tan insospechadas como esquivas de apresar en su totalidad. Gracias.

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  2. Si bien no parece un buen momento para citar a esta tierra sin un vendaval de diatribas, la atmósfera es tan propia de estas gentes endurecidas por el clima y la historia, que por un momento me sentí en una de las novelas que leí conmovido en mi juventud; esas que me abrieron las puertas de la literatura, y que, afortunadamente, siguen de par en par.

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  3. Lina, Max: Muchas gracias por vuestras apreciaciones.
    Mi abrazo

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