“Era el primer viaje solos en el tren marrón que no quería morir”.
Francisco Madariaga.
Entre el sesgado espanto de las liebres,
profusos de vilanos y mariposas
venían por los campos, salidos de la nada.
Sobre la humedecida ingenuidad del trébol,
los amables aceros nutrían de esperas y pañuelos
la callada existencia de los pueblos.
Quien ha viajado en esos rumbos largos
jamás podrá olvidar esos andenes,
la luz provincial de esas miradas.
Allí los cestos minuciosos,
los tibios tarros de la leche temprana,
las manos labrantías, de gesto delicado,
algún viejo aspirando un asiduo cigarro,
los perros al albur de un mendrugo, o de nada.
Queridos, apacibles escenarios
en donde los actores respiraban
un hálito de bultos y recomendaciones.
Ese era el día de la fiesta de todos.
A salvo de las mudas geografías,
los mansos rostros se asomaban a los mapas,
como en un júbilo de vez primera.
Hasta que un día, allí estaban
las torpes desinencias del siglo y del progreso.
¿Cómo fue que pasó
si ellos eran el hilo de un rosario
que enhebraba querencias y cosechas?
¿Qué fue lo que ocurrió que esas metálicas presencias
yacen hoy a sol y lluvias, solos de toda soledad,
los trastos enyuyados por el óxido obscuro del olvido?
Sobre los pagos que albriciaban a su paso
se abate un desánimo de estrellas
y una oquedad sin párpados se ahonda en la distancia.
Puede que un día, un anhelado día,
suene de nuevo en los andenes
la fecunda campana de la vida.
Abel Edgardo Schaller
Paraná, Entre Ríos, Argentina
Un intenso y apreciable recorrido que pone de manifiesto las diversas tinieblas de la decadencia. Y al fin, sin embargo, no claudica en invocar cierta esperanza. Gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias, Lina.
EliminarCariños