sábado, 9 de abril de 2022

Lila Levinson

Con el veneno en la sangre 

“La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un 
bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa”.
Horacio Quiroga. “A la deriva” 


Alenka -gritó el padre- tenés que ir vos a pescar: tu hermano está enfermo. Las seis de la mañana. El sol comenzaría a desgastar la piel de sus quince años si demoraba la salida. Todo era música y aromas. El lapacho, el laurel blanco, la palmera, el palo rosa, muros gigantes protegiendo el hogar de los fuertes vientos, del granizo que a veces blanqueaba el suelo, y del sol. Escuchó los cantos del águila viuda y del guacamayo rojo. La madre polaca había llegado en 1920 como tantas familias que huían de las guerras europeas a las tierras del Alto Paraná. La polaca conoció al padre en una fiesta de la colectividad. Pronto se casaron y tuvieron dos hijos, Emilio y Alenka. 
Ella limpió el fondo de la canoa cubierto de hojas que en la noche se desprendían de los árboles. El nudo de la soga no se resistía ante la habilidad de Alenka para desamarrar el bote. La pendiente de la orilla con rudas formaciones de basalto y de lava permitía dar un empujón a la canoa y llegar hasta el Pepirí Guazú. 
Esa mañana había una calma inconmensurable. Acostumbrada a esperar el pique de algún dorado o surubí prendidos al anzuelo; le producía adormecimiento. 
De pronto, un brusco choque al bote la sacó de la serenidad habitual. La otra canoa traía a ese hombre amigo del padre que cada vez que la miraba, le despertaba repulsión. Nunca supo por qué el padre le indicó en qué lugar ella pescaba. 
-¿Cómo te va Alenka? Así que hermano está enfermo. Una garra le apretujó las entrañas sin saber por qué. 
-Hablé con tu Tata. Desde hoy sos mi mujer -le dijo, con lujuriosa voz. 
-¡Pero sólo tengo quince años! No puedo creer que mi padre haya dicho eso. 
El hombre saltó a la canoa de la niña y la empezó a manosear y besar. El grito insondable se confundió con los de los guacamayos que volaban impasibles. 

El odio siguió con los días, los meses, los años. No existían tiempos para olvidar aquel día. Sólo los dos niños que tuvieron habían impedido que se matara o lo matara con el machete que él dejaba cerca de la puerta. La brutalidad sucedía noche tras noche.
Avelino, un amigo del marido que vivía diez kilómetros más arriba, los visitaba de vez en cuando. Miguel sacaba la botella de ginebra, tomaban algunos tragos y desde lejos podía escucharse las risas. Otro padecimiento. El varón la miraba sin disimular la excitación que la belleza rubia de la chica le producía. Alenka se escabullía a los yerbatales hasta que, oculta entre los altos árboles veía la partida de Avelino en la lancha. Cuando podía regresar, Miguel la golpeaba con fiereza y la insultaba. 
-Puta. Vos tenés la culpa que el compadre te mire así. Sos una puta -gritaba. La castigaba dejándola afuera de la casa en la oscuridad impiadosa. Sólo podía vislumbrar brillos en los ojos de los ocelotes cercanos. No dormía, aterrada, sentada en el suelo a la entrada de la casa. 
Ese mediodía diferente, él entró con la pierna morada y sangrante, mordido por una serpiente. 
-Sé que no sos capaz de ayudarme -le gritó enojado. El compadre me ayudará. ¡Vamos, desatá la canoa, apurate, carajo! 
Rengueando, la tomó del cuello como apoyo. Llegaron al borde del río. Alenka, casi con delicadeza lo ayudó a subirse a la canoa, tomó los remos, desató la gruesa soga y empujó el bote. 
Mientras el bote se alejaba irremediablemente sin los remos, Alenka levantó las manos para proteger los ojos del sol. El tiempo se detuvo. Una tenue sonrisa irónica iluminó el rostro sereno mirando sin angustia la canoa frenética, brincando igual a un potro desbocado sin el poder de los remos. Como el veneno de una serpiente en la sangre. Nunca más se supo de aquel hombre del río. 


Lila Levinson 
Mendoza, Argentina

2 comentarios:

  1. Un cuento tremendo y delicadamente escrito en el que se destaca el realismo y la verosimilitud. Según mi criterio, ese final redondo como un aro, lo eleva a la excelencia. Gracias.

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