martes, 21 de septiembre de 2021

Cleide ‘Mimí’ Muglia

Final desconocido 

Algo raro ocurre en mí. Sé que no podré olvidar nunca aquella tarde quemante de enero aunque, cosa difícil de comprender, no sé cuál fue su corolario. Hoy siento que soy parte de ese paisaje, aunque no tengo claro qué parte. Tampoco sé si lo mío es memoria. 
La tierra hacía doler los pies descalzos, la piel ardía por la potencia del sol, gruesas gotas de transpiración cubrían nuestro cuerpo. 
Ni una brisa lastimera, secos los pastos, las gargantas, el polvo pegado a los pellejos resecos de los animales. Ocre, rojo, amarillo… sol, sol, quemante, abrasador. 
La laguna, con su agua marrón espesa estaba allí como un oasis. Algunos chicos de las inmediaciones se bañaban en la orilla. Sus risas invitaban, tentaban… 
- ¡Vamos a refrescarnos! - Dijo Francisco. 
- No sé nadar, respondí. 
- De los que están ahí nadie sabe nadar. 
- A mí no me dejan ni acercarme a la laguna. 
- Ah no, seguro que te van a llevar a Mar del Plata o a Punta del Este. 
Él tiene razón, pero yo no sé nadar. 
Nos acercamos con cuidado… caminamos despacio tanteando el piso como buscando un escalón o una pared en la oscuridad, sé que tenía miedo, que me dolía mucho el pecho, que me pesaba la cabeza como si fuera un gran globo que iba a explotar; que mis brazos y mis piernas se movían como si estuviera caminando en el espacio. Creí ser un astronauta perdido en un abismo oscuro, silencioso, pesado. Una telaraña gigante se pegaba a mi espalda, mi nariz, todo mi cuerpo envuelto en una red que me aprisionaba, que me apretaba la cintura, la cara, los brazos. 
Dos enormes monedas de metal oprimían mis ojos. 
De pronto, un estallido de color como si muchas luciérnagas rojas hubiesen encendido sus faroles. 
Ya no hacía calor ¡Hacía frío! Mucho frío, viajaba por un túnel sin luz, ni temperatura ni brillo alguno. 
Sentí que no tenía necesidad de sacudir más mi cuerpo, que no tenía dolor, ni miedo, ni frío, ni calor, ni telaraña, que me movía tranquila. Despacio… Me acercaba lentamente a un lugar muy luminoso donde seguramente todos estaban muy contentos porque yo sentía una gran tranquilidad. Liviano, ágil como un pájaro libre que atraviesa el cielo. Como una pluma que no está atada a ningún cuerpo. Sin escuchar las voces de los chicos calurosos y traviesos. 
Eso sí, estaba un poquito solo. ¿y Francisco? 


Cleide ‘Mimí’ Muglia
La Plata, Buenos Aires, Argentina

3 comentarios:

  1. Muy buen cuento, quizá de un realismo mágico donde lo real se funde con lo inexplicable, lo que no se dice pero queda implícito.
    Hay que agradecerlo y, sin duda, así lo hago.

    ResponderEliminar
  2. Me gustò esta narraciòn con buen manejo del tiempo narrativo. Ambos niveles se confunden: la realidad y la ficciòn. Aplausos

    ResponderEliminar

Muchas gracias por pasar por aquí.
Deseo hayas disfrutado de los textos y autores que he seleccionado para esta revista literaria digital.
Recibe mis cordiales saludos y mis mejores deseos.
Analía Pascaner