Sola, atrapada, no tengo salida.
Observo las ventanas; no son para que entre el aire sino para escaparnos al cielo.
Allá una mujer día a día roba al sol un poco de luz, mientras se estira en el balcón. Frente a mí, cruzando el velo de las hojas mustias, un hombre se acoda mirando el paso de unos pocos peatones embozados, y vehículos solitarios.
En este instante el sol me pertenece y lo atrapo con una taza de café y una tostada crocante.
Los niños perdieron el mañana, los jóvenes el hoy, los viejos el ayer, prisioneros todos sin culpa de una decisión demasiado dura, absurda, egoísta y provechosa.
Mientras los culpables corren libremente por las calles y los mandantes de turno deciden nuestras vidas, nosotros suspiramos en tanto vemos desmoronarse a nuestro alrededor esfuerzos que sumaron años de sacrificios y trabajo. Los vemos caer a pedazos, casi sin ruido, acompañados por un sollozo desgarrado. Estas muertes a nadie importan, solamente a los protagonistas.
Barrios cercados con guardias armados, ciudadanos amedrentados y derechos que nos son negados. Otros decidieron por nosotros.
Extraño momento el que vivimos.
Refugiados buscamos la libertad. El ayer, entre telas y óleos viene a rescatarme. Son tantos los fantasmas que hasta los duendes se alejaron. Me abandonaron.
Volverá a salir el sol, lo sé.
Acaso todo esto estaba vaticinado.
María Cristina Berçaitz
Buenos Aires, Argentina
Un texto rico en metáforas con visos de contundente realidad. Y uno se adentra y se envuelve en una historia que tantas veces duele. Gracias María Cristina por compartir y a vos, Anita, por incluirlo en esta edición. Abrazos a ambas
ResponderEliminarLa angustia cruda y real de los tiempos que corren. Al menos siempre la ampara el recurso de sus óleos.
ResponderEliminarAna Lía, Lina:
ResponderEliminarMuchas gracias por sus conceptos.
Mi abrazo
Analía