Idos…
Idos para no
regresar.
O para regresar
convertidos en otra cosa:
un animal, una
planta, un guijarro, polvo…
Sobrevive el pájaro…
Sobrevive el
pájaro en la rama
y mi mano no lo
alcanza. Después,
la noche con su
temor y su abalorio
y algún cuerpo
ausente en el mundo
dicen presente
sin abogado ante el tribunal celeste.
No hay
respuesta al llamado de mi boca.
No hay pregunta
escondida en la hierba,
sólo un
enjambre que vaticina la lluvia;
¿y lo leído
como catecismo,
lo escrito en
piedra blanda
que el tiempo,
supuestamente, endurecería?
Hora tras hora
se configura la muerte.
¿A quién besar
si la virtud declina,
declina el
verbo tras una cortina de nube
y cuanto figura
en el agrio evangelio
son apenas
notas al pie, aclaraciones?
Hoy, en una hora que sucedió…
Hoy, en una
hora que sucedió hace mucho,
en un momento
del que nada ni nadie se apiada,
mientras llueve
una lluvia sin virtud, sin dominio;
un vaso se
vuelca, derrama un líquido invaluable,
se corta justo
a la mitad cuanto liga a la vida
con lo que
colma el plato, desde ahora para siempre perdido.
Nada basta, en
adelante. Nada sacia
el apetito del
muslo, los astros.
Y el silencio
se curva, el sonido se expande
más allá de lo que
alcanza el diapasón,
cuerpo sobre
cuerpo en la áspera madrugada:
¿Qué se amputa
cuando no hay remedio?
¿Qué se hunde
cuando las agujas dejan de tejer?
¿Qué se esconde
debajo del grito último,
el apresurado
remiendo, cuando ya no sirve la palabra?
San Miguel,
setiembre 15, 2015
¿En qué idioma hablarle…?
¿En qué idioma
hablarle a la muerte?
Cuanto rueda,
abismo abajo, arrastra
al fondo lo que
pude ser y no fui;
surge de la
salud una rara dolencia
y trae fiebre
como una tormenta trae lluvia.
Final para la
eterna disputa,
alejar al
roedor de la única nuez
y morder la
cáscara con el último diente.
¿En qué idioma
hablarle a la vida?
Envejece la piedra…
A Alberto Nigro
Envejece la
piedra, cubierta
de musgo y
solitaria; el tiempo se curva
y ocupa todo el
cielo, de horizonte a horizonte;
debajo, el
suelo que generaciones de mínimas criaturas,
al depositar
sus heces, tornaron negro.
Aflojada la
cuerda, la música se vuelve casi inaudible;
con la llovizna
caen rostro y nombre
y quien acude o
llama se encuentra
con un desnudo
que cree leer
mientras
sostiene ante sus ojos un papel en blanco.
Delgado tronco
que la evidencia tuerce
hasta tocar la
tierra: a la idea la sostiene desde atrás
un grosero
metal que no aparece en la fotografía.
Poemas del
libro del autor: Radiación de fondo.
Noviembre 2018. Producción gráfica e impresión: BAUHAUS gráfica
Carlos Barbarito
Muñiz, Buenos Aires, Argentina
https://www.facebook.com/barbaritocarlos?ref=hl
Gracias Analía! Un gran abrazo!
ResponderEliminarGracias a vos, Carlos, por permitirme compartir tus poemas con los lectores de la revista literaria.
EliminarMuchos cariños y mis mejores deseos
Analía