Azules del poema
No hay azul más inaudito que el
poema,
no hay gota más sutil que esta
palabra:
viajó Darío en el azul perdido
de su propia evasión, viajó
Picasso
preguntando por la paleta
modernista,
vino Albán y selló de azules su
vanguardia,
revelación de la aurora,
tuvieron miedo de añiles los
poetas
temerosos,
los mediocres que rehuían azules
en la alcoba,
se refugiaron en el sepia de una
infancia anodina,
mascullaron fotografías en
blanco y negro,
Polaroid y el cine les dijo que
fueran
comentaristas tristes,
narradores
en diminutas píldoras sin
sangre.
Y yo dije lapizlázuli, y dije
ensueños.
Yo que canté a la basura cuando
caía
a un pozo sin fe
en la ciudad que inventa el
olvido,
yo dije gota o palabra,
azul y frenesí, delirio
y sed de los lobos
escrutando los asilos del alma.
Y tuve azules en poemas
que no olvidan jamás la
tradición,
que dijo golondrina como decir
golonfidra,
que dijo el ocre
para oponerlo a los raudos
torbellinos,
que dejó perdido un tigre
en la sala de su casa,
y tuve gris en la lluvia
y charcos detenidos a los pies
de una mujer desnuda,
pues no rechazo a mis poetas,
pues Neruda inventó un azul
marino,
pues Vallejo manchó
de sanguijuelas azules sus
hileras,
pues yo paso por todos
y digo mi palabra y no tiemblo,
soy el Nicanor que muere y se
levanta,
el Panero confundido con los
orates
que lo sacan a pasear,
la Pizarnik muriendo entre su
dosis
de silencio, soy todos y soy
nadie,
soy el que no olvida los nombres
como Blas de Otero,
soy el que no miente esta noche
aunque el azul asfixie.
Del libro del
autor: Cabos Sueltos, inédito
Asilado en tu sangre
Yo ya me decidí.
Y decidí los nardos y las calas.
Me decidí por ti.
Por ti he conjurado el peligro
de las emigraciones
hacia este faro en la montaña,
desde donde estamos oteando
esta ciudad inmerecida.
Y decidí por mí
escoger tus besos como la última
sangre
de tantas estaciones.
Sé bien que me esperabas aunque
a veces
te lanzaste a las sombras
desde los más duros acantilados.
Yo me decidí por ti, pequeña
agigantándose
entre mis poros
y los verdores lúdicos
de estos amaneceres en tu piel.
Vine por ti, y como no tenía
adónde llevarte con mis fardos y
mis poemas,
me asilé aquí en tu sala,
en tu colchón de briznas
espontáneas,
y sueños y delirios,
en tu patio, en la ventana que
hiciste
para seguir la luna,
sobre las tapias y el naranjo,
sólo conmigo.
Yo me decidí por ti.
Clavé mi lágrima
de tanta inconsistencia,
como un puntal de sed,
como un remo salvándote y
salvándome
de todas las aspas astilladas
del pasado.
Yo te decidí, yo me decidí.
Ya vine predispuesto ante tu
abrazo
a ser mojado por todas tus
ventiscas,
a ser alzado por todos tus
oleajes,
a ser de pronto sólo
un camino que estalla rasgando
las estrellas,
en tu cauce que a sus anchas
siempre restablece
mis más altos crepúsculos de fe.
Del libro del
autor: Contravestido y otras humedades
Ronald Bonilla
San José de Costa Rica
Mi maestro, don Ronald Bonilla, Premio Magón de Cultura de nuestra Costa Rica: Solo él puede lanzar las palabras al viento como si fueran hojuelas deshaciéndose en medio del paisaje. Solo él puede entender el amor como él lo entiende, como si descubriera en cada poro del ser amado la liberación del alma. Ese en nuestro maestro en el Taller Poiesis.
ResponderEliminarGracias por tu lectura y tus conceptos, Isabel.
EliminarSaludos cordiales
Analía