Por cualquier cosa
Cuando vivía en Buenos Aires, en las
vacaciones siempre nos íbamos a La
Rioja porque mi papá quería que todos estuviéramos con él
mientras trabajaba. Y cuando le preguntaba a mi mamá porqué mi papá no tenía un
trabajo como los padres de mis amigas, se le llenaban los ojos de lágrimas y me
respondía que así eran las cosas.
Me di cuenta por los preparativos que
ese verano era diferente. Mi mamá me dijo que íbamos a Mar del Plata. Le tuve
que preguntar a mis hermanos qué era Mar del Plata, porque a mi mamá debía
seguirla por toda la casa entre bolsos y armarios abiertos y me contestaba que
estaba ocupada haciendo las valijas. Ellos me contaron que era un lugar como
ningún otro, con una playa muy grande y con muchísima agua, que iba a conocer
el mar.
Llegamos a Mar del Plata después de
viajar tan poquito que mi papá ni siquiera tuvo que parar el auto para ir al
baño. Dijeron que iríamos a la playa. Vi que separaban algunas cosas en otros
bolsos, me puse la malla nueva y dejamos las valijas en el hotel.
Iba de la mano de mi mamá saltando y
preguntando para qué llevaban tantas cosas, dónde estaba la playa y cuándo iba
a conocer el mar. Mi mamá estaba nerviosa y me explicaba que nunca debía
alejarme de un lugar en donde ella me pudiera ver.
Al llegar a la playa había muchísima
gente, tantas personas juntas como nunca vi en ninguna parte en toda mi vida.
¡Era taaan grande! No me gustaba caminar ahí porque se me hundían los pies y la
arena estaba muy caliente, entonces no me saqué las zapatillas.
Alquilaron una carpa, mis hermanos
salieron a correr mientras mis padres acomodaban todo lo que habían llevado,
encargándome una vez más que no me moviera de ahí. Luego mi mamá me mostró un
tanque de agua y me dijo que recordara que estábamos delante de ese tanque de
agua por cualquier cosa.
Yo jugaba cerca de mi mamá como me
había pedido y cuando íbamos al agua, me dejaba ir corriendo delante de ella.
Cada vez que me daba vuelta, me estaba mirando a mí, no miraba a la gente ni al
agua ni a la arena caliente.
Me divertía con el balde, los moldes,
la palita y el rastrillo de plástico que me habían comprado. Me gustaban la
playa y el mar, era gracioso saltar en las olas y mis padres compraban helado y
comida a los vendedores a los que no les quemaba la arena.
Yo siempre me portaba muy bien y una
vez mi mamá me permitió buscar agua en la orillita del mar ¡y sola!, entonces
yo iba y volvía con mi balde. Estaba construyendo el castillo más hermoso de
todo el mundo. Me faltaba poquito para terminar y ya volvía del mar con el
último balde con agua… y miré y miré y no encontré mi castillo en ninguna
parte, busqué a mi mamá para contárselo y ella tampoco estaba en ninguna parte.
Miré para todos lados y no la encontré. Tenía ganas de llorar porque estaba
sola entre tantas personas desconocidas, entonces empecé a caminar para buscar
a mi mamá porque el castillo ya no me importaba. Me acordé del tanque de agua
que me mostró por si pasaba cualquier cosa. No encontrar a mi mamá era más feo
que cualquier otra cosa, pero no sabía qué más hacer. Miré por encima de todo
para encontrar el tanque de agua y cuando lo vi empecé a caminar hacia ahí
buscando nuestra carpa.
La arena estaba tan caliente que me
quemaba hasta la cabeza. Caminé mucho buscando a mi mamá adentro de cada carpa,
pero ella no estaba. La arena seguía quemándome el cuerpo desde los pies hasta
la cabeza. Caminé por la sombra finita que había al lado de las carpas, siempre
mirando adentro de cada una y buscando el tanque de agua que me había mostrado
mi mamá por cualquier cosa, pero había muchos tanques de agua.
Alguien me alzó y me pidió que no
llorara más. Yo no conocía a ese señor, pero parece que él conocía a mi familia
porque dijo que iba a encontrar a mi mamá. Todos aplaudían mirándome y
diciendo: “Pobrecita, tan chiquita” o algo así, mientras el señor que me alzaba
y me pedía que no llorara más, me llevaría con mi mamá. Y yo dejé de llorar
porque la arena ya no me quemaba los pies aunque seguía quemando mi cabeza y mi
espalda.
Caminamos mucho entre la gente que
aplaudía, me miraba y decía: “Pobrecita”. Tal vez porque sabían que la arena me
quemaba, aunque yo no se lo había dicho a nadie.
En eso vi a mi mamá que estaba más
linda que nunca a pesar de estar llorando mucho. Hasta mis hermanos habían
dejado de jugar en el agua y estaban en la carpa. El señor me bajó otra vez a
la arena caliente pero ya no me importó quemarme los pies porque por fin había
encontrado a mi mamá, que me abrazaba fuerte mientras me decía que ella me
había mostrado el tanque de agua por cualquier cosa.
Ese verano nunca más me separé de mi
mamá porque entendí que cualquier cosa
era que la arena me quemara tanto el cuerpo desde los pies hasta la cabeza, y
además… que la tonta de mi mamá se haya perdido.
Agosto 2002
Analía Pascaner
Buenos Aires – Catamarca, Argentina
Muy interesante tu cuento. Muy bien descripto el mundo infantil. Gracias por tu envío, y que tengas un buen fin de año. Abrazos, Marta
ResponderEliminarGracias por tu lectura y tus palabras, querida Marta. Tengo gran cariño por este cuento.
EliminarUn abrazo, que estés muy bien
Analía
Me gustó mucho el relato, pensar que todavía sigue pasando pero a veces el final es trágico.
ResponderEliminarUn gran abrazo amiga.
Muchas gracias por tu lectura, querida Victoria. Y sí, como sucede con todas las situaciones, hay todo tipo de desenlaces, verdad?
EliminarMuchos cariños, mis mejores deseos
Analía
Me encantó!Muy buen relato de una situación que no por repetida quita el temor de perder a un hijo en la playa. Final feliz...
ResponderEliminarMuy agradecida por tu lectura y tus conceptos, Hilda. Sí... final feliz en este caso, y no todos mis cuentos lo tienen.
EliminarMis saludos cordiales y mis mejores deseos
Analía
¡¡Me encantó, Analía!!
ResponderEliminarNo es fácil narrar desde la mirada de un niño/a. Son vivencias que han perdurado en la narradora. Un relato conmovedor y muy bien logrado.
Muchas gracias por tu lectura y tus conceptos, querida Bertha. Me emociona este cuento.
EliminarMuchos cariños y mis mejores deseos
Analía
Historia que deja sus huellas, a la distancia parece algo común, sigue ocurriendo, pero esos temores marcan hondo y se reflejan en cada pérdida que sufrimos en la vida. La sensación de pérdida y a la vez de abandono es fuerte.Bien relatado.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu lectura y tus conceptos, Haidé.
EliminarCariños, que estés muy bien
Analía
No lo había leído. Un relato tierno, que seguramente impactó en tu vida, pero que tiene esa luz propia que convierte en llanto de la niña con la sorpresa y felicidad
ResponderEliminarFelicitaciones doblo (11 años en Nov/17) Un desafío que has logrado sostener y enriquecer
Muchas gracias por tus conceptos, Gustavo, y por tus palabras alentadoras, desde los inicios -y anteriormente- has estado presente en cada edición. Miles de gracias.
EliminarCariños, que estés muy bien
Analía
Mucha ternura en tu relato, precioso.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus conceptos, Raquel.
EliminarMuchos cariños, que estés muy bien
Analía