miércoles, 29 de noviembre de 2017

José Antonio Cedrón


*  *  *

Llueve sobre aquel pájaro en la rama del patio
sobre la mancha verde que no alcanza
la nitidez del ojo, sobre el vidrio astillado de sus alas
y hay ruido de cucharas, de mediodía puntual,
rumor eterno en la silla vacía de mi padre
con su mirada al fondo, aquella, siempre quieta,
y voces en el rostro de la pared que tuvo la obediencia.
Pasa un caballo mudo, anónimo, sin cascos   
(¿heredado de quién?)
descascarándose al sol de la intemperie.
Tal vez jamás lo he visto. Es más, tal vez
no existió nunca, pero yo lo recuerdo, como ahora
cuando lo necesito. Y es como eran tus manos
repitiendo la cita, sobre el cielo caliente de un mantel.
Traigo una vieja herida de aquella travesía,
que fue espera. No sé nada después,
es un decir, vuelve tu mano izquierda
y hace a un lado el vacío donde estamos ausentes.
Ay si te he recordado –como si hubieras sido posible–
en estos años. O por qué me pregunto por el tiempo
entre estas cosas simples,
la ignorancia es tan grande como el miedo
de los recién librados.
Hubo un largo reproche donde el día descansa
su ironía y tazas por lavar siempre esperando turno.
El pájaro inmortal sobre el que entonces
se posaba la lluvia, viene a sobrevivirnos.
El mismo de los siglos desde su aparición, atisba.
La supuesta utopía de libertad no es suya
sino nuestra.


*  *  *

a Horacio De Tomaso,
Ricardo Nelli

De esas cosas me olvido, es tanto el trajinar,
las rutinas que vuelven del deseo
con palabras cruzadas por el hábito.
De esas cosas me olvido, de las cartas
que siguen llegando hasta el exilio,
de los que se quedaron con todo y las maletas.
De la mano subida hasta mis hombros
para volver del nunca más, me olvido.
De las fragmentaciones que borraron el eco,
de lo que fue mudado,
de los que me donaron su paisaje, sin dar nombres,
de las perras que tuve mirando al desempleado,
de la noche escuchando, en Puebla, a Brian Eno, 
del sol que la plagiaba cuando ella estaba lejos,
de la hebilla plateada del cinturón que entonces
me alcanzaba debajo de la mesa.
De esas cosas me olvido, de los tantos poemas
inconclusos que hablaban de nosotros
y el misterio rumiaba sin poder descifrarlos,
de aquel aro de luz en los escombros,
de las huellas que pisan la búsqueda incesante
del sin mirar del sin saber de dónde.
A las piedras guardadas
para tocar el tiempo cuando estuve
les concedo el olvido.
De esas cosas no hablo, como los elefantes,
para que la memoria se burle del olvido.


Última mirada de Teresa

En esta soledad de paredes tan altas
apenas sos un nombre en el silencio
(entre tantos extraños) que imagino,
antes de aquellas plantas
dejadas de regar.
Sola y tan solo a solas mientras espero el tiempo
igual que una memoria sin futuro
digo cosas, te hablo
sintiendo que a tus manos ha llegado el invierno.
Porque dicen me dicen     
que no voy a llevarte de regreso esta vez
que sólo soy la sombra en el patio nublado de tus ojos
donde termina el día que no tiene defensa
donde bajan la voz los visitantes
donde a nadie interesa, ahora, si te vas
con tus ojos vidriados ya sin verme.


José Antonio Cedrón
Argentina - México

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